BARCIDOZA
BARCIDOZA Desde el Tibidabo, la calle se desliza por la ladera serpenteando, indecisa, dando bruscos quiebros para evitar las casas que, anárquicas, se sitúan acá y acullá. Desde arriba, la ciudad se extiende callada a estas horas de la mañana, apenas iluminados algunos tejados por la fría luz del amanecer y otros aún escondidos entre las sombras que las torres más altas proyectan. Había dormido a la altura de la perrera, bien pertrechado por una robusta caja de cartón procedente de un basurero pirata próximo; la de un frigorífico, americano a mi escaso entender, que dispuse sobre los desmembrados restos de otras de menor porte, me sirvió de más que adecuado habitáculo. ¿Qué hacía yo allí? Pues el siempre tan amable comisario Mendozano, después de tratarme de piltrafilla humana y darme dos pescozones, me había sugerido, tras dos buenas patadas en salva sea la parte (que no habría envidiado ni el más potente pe...