UN MAL DÍA
UN MAL
DÍA
¿Sabéis es sensación de que, apenas despierto, vas a
tener un mal día? Bueno, pues así me levanté yo hoy. Apenas abrí los ojos me
entró como una corriente eléctrica que recorrió el cuerpo de abajo a arriba.
Exacto, de abajo a arriba, no al revés, por eso lo supe. Miré a mi izquierda y estaba el armario de
siempre; arriba el techo y la lámpara arácnida que nos vigila desde lo alto; a
la derecha la ventana, por la que se vislumbraba un día de sol espléndido. Puf,
mal asunto. ¿por qué hace un día así en pleno agosto? Otra mala señal.
Me incorporé a duras penas, me destapé, me giré y puse
los pies en el suelo. Aquí se produjo la confirmación inequívoca de que nada
saldría bien. ¡Posé primero el pie derecho! Ya, ya sé que lo que dicen que trae
mal fario es levantarse con el pie izquierdo, pero es que yo siempre me levanto posando primero mi
pie izquierdo, por lo tanto, la norma no escrita se rompía hoy.
Ya completamente desanimado y entregado a los más
tétricos pensamientos, me dirigí al baño. Las deposiciones un poco más costosas
de lo habitual, pero tampoco algo extraordinario. El aseo normal. Hasta que
llegué al tema bucal. Cojo el cepillo (eléctrico) le echo pasta dentífrica e
inicio la operación de limpieza; arriba, abajo, atrás, adelante y, cuando trato
de dar la segunda pasada, zas, se agota la pila. ¡ya lo sabía yo!
Cabizbajo vuelvo al dormitorio. La cama echa una leonera,
La sábana de arriba desaparecida y la de abajo enrollada verticalmente de modo
que parecía una serpiente reptando al borde del colchón. Lo único que
aparentaba un algo de normalidad eran el edredón y la almohada. Encontré la
desaparecida sábana arrebujada a los pies de la cama, expulsada de ella por,
supongo, el ajetreo nocturno de mis piernas y pies. Más mal que bien, recompuse
el desaguisado mientras, en silencio, me daba a todos los demonios.
Bueno, a vestirse. No suelo tener problemas en la
elección de la ropa. Normalmente la opción ganadora es: la misma que ayer.
Cambiar de modelo viene condicionado por, fundamentalmente, dos temas: un
incidente (tipo mancha escandalosa o ruptura no ocultable) o porque ya toca
(una voz familiar que me susurra a altos decibelios ¿Cuánto llevas con esa
camisa, pantalón, jersey, chaqueta, o todo ello? Hoy no hubo apenas problema,
sólo lo esperable en un día que iba a salir mal. Una vez vestido a mi modo, la
suave y dulce voz se susurró estentóreamente, ¿dónde vas así?, ¡así no sales a
la calle!
Tras las oportunas y siempre acertadas sugerencias,
cambio total de aspecto en lo que a vestimenta se refiere. El desayuno bien,
gracias. Apenas una mínima manchita de café en el pantalón que,
afortunadamente, pasó desapercibida en la revista posterior. El café menos frío
de lo habitual (me gusta muy frio y ya sé que soy raro, pero…) y las galletas,
perdón, la galleta me cayó una mitad al suelo para alegría de uno de mis
perros.
Me acerco al buzón a por el diario. Todo son noticias
alentadoras. Internacional: siguen los asesinatos de personas en varios lugares
del mundo por parte de gobiernos indecentes dirigidos por líderes indecentes
para solucionar sus caprichos. Putin asesina ucranios (hombres mujeres y niños)
sin cortarse un pelo y con la pasividad de la OTAN, cuando no el aplauso del
GRAN IMBÉCIL, Donald Trump, gran cazador blanco (más bien anaranjado) de
inmigrantes o de cualquiera que no le rinda pleitesía, lo que, se entiende
mejor, con su aplauso al genocida Netanyahu y la carnicería que está
perpetrando contra el pueblo palestino. Otros conflictos “menores” apenas
ocupan espacio, o directamente no ocupan ninguno.
Noticas nacionales: PIM, PAM PUM Y TÚ MÁS.
Impresentables.
Noticias
autonómicas de aquí: SI BUANA. Acatamiento sin crítica (excepto el peaje del
Huerna, que ya era hora). Los corresponsales de diversos concejos informan de
noticias o hacen entrevistas que no le interesan a casi nadie.
Noticias
locales de aquí: El inane alcalde se pasea por el centro acompañado de su
séquito adulador y disfruta de redecorar lo que ya estaba bien sin dedicar un
céntimo a lo que necesita arreglo. Esquelas: ningún fallecido conocido (menos
mal). Deportes: somos los mejores manque se pierda. Ah, el famoso deportista
de… cualquier cosa, tiene raíces asturianas: un primo de un vecino del abuelo
de su padre luchó en Asturias en la guerra civil formando parte de las brigadas
internacionales. Opinión: ¿lo qué? Firmas: hoy tres excelentes (Javier Cuervo,
Juanjo Millás y Francisco García Pérez) que no es habitual que coincidan el
mismo día, así que sigue el mal fario.
Reconfortado
en mis malos presagios, a trabajar.
Primera
sorpresa conato de desgracia: el aparcamiento está casi vacío. Puedo aparcar
casi donde me apetezca. Miro el reloj. Es la hora de siempre. ¿Será festivo y
no me enteré? No, la cafetería está abierta y a rebosar de los estudiantes más
madrugadores. Entro por allí. Casi todo son caras sonrientes, relajadas.
Saludos a diestro y siniestro y me voy al despacho. Cada vez más mosqueado eso
sí.
Miro
mi agenda del día. Puf. Un montón de clases (como todos los jueves). Teoría y
prácticas. Arranco el ordenador y miro el correo electrónico. Nada en lo que
perder más de un minuto. Reviso el material que preparé ayer para la clase que
tengo que dar dentro de diez minutos. Todo en orden, No falta nada. Qué raro.
Siempre suele estar algo descolocado o tener que darle algún ajuste a una
diapositiva. Si cunado yo digo que hoy no es un día normal…Cada vez me estoy
poniendo más nervioso, casi a punto de un ataque de ansiedad o, al menos,
temiéndolo. Compruebo que llevo conmigo el trankimazin de 0.25. Sí. Perfecto.
Al aula.
Son
las nueve en punto. Entro y me quedo clavado a la puerta ¡Están más de treinta
de los cuarenta estudiantes matriculados! No, si cuando yo digo…Subo a la
tarima, les saludo, les comento de qué vamos a tratar hoy, pongo la primera
diapositiva y empiezo. Todos atentos, en silencio, como si les interesase lo
que hablo o entendiesen lo que digo. Bueno, pues nada sigo. De repente, uno de
ellos levanta la mano y me hace una pregunta ¡inteligente! Sorprendido, me
quedo mudo unos segundos, le aclaro el tema y me dice que ah, sí, ahora ya lo
entiendo. Y así varias benditas interrupciones durante los cincuenta minutos
que dura la clase.
Medio
mareado por la impresión vuelvo a mi despacho. Me siento y reflexiono unos
minutos sobre lo sucedido. Digo ¡ya está! Estoy todavía en mi cama, soñando, no
me he despertado y cuando lo haga la terca realidad se encargará de poner las
cosas en su sitio. Pero ¡quia! Cuando voy a levantarme de la silla me pego
tremendo golpe en la rodilla con una de las patas de la mesa. Ni pesadilla ni
leches.
Me voy
al laboratorio donde ya tengo preparados los materiales para las tres sesiones
de prácticas de hoy (seis entretenidas horitas). Reviso los microscopios y
todos parecen funcionar bien. Otra mala señal. Los estudiantes de otras
asignaturas que hacen prácticas en el mismo local suelen dejarlos completamente
desajustados, por lo que me paso parte de la primera sesión poniéndolos a punto.
Hoy no. La desgracia que se avecina tiene que ser excepcionalmente grave. Los
signos son inequívocos.
Entra
el primer grupo. Todos modositos se despojan de mochilas, ropa de abrigo y
cogen sus útiles y se van, en silencio, cada uno a su sitio. Los miro y no los
reconozco. Sus caras sí, claro. ¿Su actitud? Ni por asomo. Les explico lo que
deben hacer y, sin demora, se ponen a ello. Paseo por entre las mesas mirando
su trabajo y me sorprendo al comprobar varios extremos. Uno: están en silencio,
concentrados, mirando por el ocular de los microscopios, tomando notas y
haciendo esquemas y dibujos de lo que ven, como siempre insisto en que hagan.
Dos: de vez en cuando, alguno se levanta, se dirige a la mesa en la que están
los libros de consulta, busca, lee y vuelve a su puesto. Tres: las muchas
preguntas que me hacen (aunque hoy menos que otras veces) son sensatas, debidas
a que han agotado, hasta cierto punto, sus posibilidades. Se lo explico ¡y lo
entienden a la primera!
Lo
mismo ocurre con el segundo grupo de prácticas. La misma dinámica enloquecida.
Descanso para comer. Bajo al bar con el compañero que está impartiendo las
prácticas complementarias a los mismos estudiantes en otro laboratorio.
Prácticas de reconocimiento “de visu” de rocas y sus minerales petrográficos.
Está tan alucinado como yo. Todo va como miel sobre hojuelas. Nunca tal nos pasó
en los muchos años que llevamos dedicados a la docencia. ¡Y sólo son
estudiantes de segundo curso! Cuando terminen la carrera nos dan sopas con honda.
Bueno, tanto como eso no, pero, si no se malogra, será una promoción brillante.
Esa
buena disposición te priva de algunos momentos agradables, como cuando le
preguntas a un alumno cual es el tamaño de un mineral visto a determinados
aumentos del microscopio. No es complejo. Ellos tienen como datos el diámetro
del campo de visión, por ejemplo, 0.15 mm; yo les doy pistas diciéndoles cuántas
veces está contenido el mineral en ese campo, el número que crean oportuno
(dentro de un relativo margen de error) y sólo tienen que dividir 0.15 mm por
el número que ellos hayan estimado. Parece fácil ¿no?, pues no, no es fácil, se
han llegado a dar resultados sorprendentes, incluso valores mayores de 0.15 mm
en minerales que ocupaban menos de la mitad del campo de visión. Bien es cierto
que ayuda mucho que los móviles traigan, para sorpresa de algunos, calculadora,
lo que realmente facilita las cosas. A veces. Recuerdo un caso especial en el
que el sujeto dijo que en el campo cabrían unos diez minerales como el del
problema. Perfecto, le dije, entonces cual será el tamaño, pregunté. La
respuesta fue que no había traído la calculadora. Hombre, le dije, es dividir
por la unidad seguida de un cero. Me miró. Se lo pensó y, con una sonrisa que
iluminaba su rostro como un sol, contestó 1.5 mm. Ole tus huevos, pensé yo para
mí, mientras me daba la vuelta para no estrangularlo.
La
comida del bar bien, es decir, comestible, que, en según qué circunstancias, ya
es bastante.
El comportamiento del grupo de la tarde de prácticas del
mismo tenor que los de la mañana. Está claro que no es casualidad.
Completamente hundido recojo los materiales utilizados. Ninguno roto, ninguno
trasladado de su sitio, nada estropeado. Cabizbajo y cariacontecido cierro el
laboratorio, me voy a mi despacho y reviso el correo electrónico por si hubiera
algo nuevo que merezca especial atención o me anime un poco. Pues no, todo normal.
Reviso la agenda para mañana. Nada reseñable. Pienso que algo tiene que haber
salido mal hoy, pero por más que me estrujo las neuronas no me percato de nada
habitual, es decir, hoy todo ha sido extraordinario y eso, pensándolo bien, no
es normal, no es lo que ocurre en el día a día a nadie, al menos a nadie que yo
conozca. Siempre hay algún pequeño incidente, algún percance que te ocurre a ti
o a alguna de las personas de tu entorno, de manera que lo comentamos como si
el cielo se hubiese caído sobre nuestras cabezas, aunque haya sido una nimiedad
que se nos olvida en cuanto damos media vuelta y volvemos a nuestros
quehaceres.
Aunque llevo ya casi diez horas en el trabajo, todavía es
pronto, apenas las seis. Me pongo a preparar el examen que les pondré a los
estudiantes el martes próximo. Preguntas cortas de respuestas cortas, alguna
tipo test. Muchas preguntas sobre un par de temas. De esa manera compruebo
hasta donde han entendido lo que trato de explicarles, mejor dicho, lo que
explico para que ellos traten de entenderlo. Son pequeños exámenes de 50
minutos de duración que permiten a los más aplicados ir liberando materia y a
mi ir liberando estudiantes. Es más trabajo. Corrijo esas pruebas el mismo día
y al día siguiente les reparto sus ejercicios y respondemos las preguntas correctamente
una por una. Todos ven sus calificaciones y comprueban qué han acertado y qué
han fallado y por qué.
Cuando llega el examen final una parte de mis alumnos no
necesitan hacerlo, a no ser que quieran mejorar su nota (o empeorarla, siempre
les informo de ese extremo). Los demás tienen que examinarse si quieren
aprobar. Alguno tiene partes del temario superadas al haber sacado una buena
calificación en las pruebas parciales previas; por ello, tengo que preparar un
ejercicio amplio con toda una serie de preguntas que deberán contestar todas, o
no, en función de lo que hayan eliminado antes. Un lio. Pero organizándose bien
no hay problema.
Siempre,
o casi, suelo ponerles un ejercicio práctico. Les doy una serie de datos, como
análisis químicos de rocas, diferentes lugares y velocidades de cristalización,
y tienen que decirme que rocas se forman, sus minerales, sus texturas; o les digo
que un tipo de roca sometido a unas condiciones de presión y temperatura
durante un periodo de tiempo determinado, qué nueva roca podría formar, su
nueva fábrica, su mineralogía. En estos casos las respuestas son, salvo
excepciones, decepcionantes. La capacidad de llegar a una conclusión razonando a
partir de datos suficientes es francamente baja. Dentro de lo malo, este tipo
de cuestiones tiene una parte positiva: en muchos casos dejan las preguntas sin
responder, en el más brillante de los blancos, lo que facilita mucho, muchísimo
me atrevería a decir, la ardua labor de corrección y calificación.
Bueno,
cierro este amplísimo paréntesis. Ya oscureció tiempo ha y es hora de volver a
casa. Todo bien en el trayecto, ni atascos, ni semáforos pillados en el rojo casi
eterno, ni incidentes con otros ocupantes de la vía. Todo anormal. En casa
ninguna nueva reseñable, paz, tranquilidad; ya que la temperatura es
anormalmente benigna (otro mal dato) tiempo para pasear un poco con mi mujer y
los perros e intercambiar noticias o quehaceres (con mi mujer, no con los
perros, claro está), ver los titulares de los noticias en la televisión
(ninguna de ellas catastrófica), cenar algo apetecible (generalmente lo que sea
con una ensalada de lechuga), un par de trozos de chocolate negro (mínimo 72%)
y a ver alguna película o serie en televisión, empezar un nuevo libro o
continuar con alguno de los ya empezados (puedo tener dos o tres en ese estado)
Todo esto si no tengo algún trabajo para las clases o la investigación del día
siguiente, que hoy no es el caso. Y a dormir.
Presuponía,
ya desde temprana hora de la mañana, que no iba a ser un buen día, y acerté,
por qué ¿no es un mal día aquel en el que todo sale bien y hace que te confíes
pensando que la vida puede ser una maravilla para luego darte, desprevenido como
estás, una patada en el cielo de la boca? Pues eso.
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