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Mostrando entradas de octubre, 2019

BLACK STORY

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Lo primero que vi de ella fueron sus piernas. No porque mirase hacia abajo. Miraba al frente, pero era de todo punto imposible no fijarse en ellas. Largas. Esbeltas. Torneadas. Incluso quizá excesivas. Enfundadas en unas medias negras de cristal, con una costura que le recorría desde el tobillo hasta profundidades ocultas por la ajustada falda. Piernas que le llegaban hasta el suelo. Rematadas en unos zapatos negros. Mates. De finísima piel y finísimos tacones.             Por encima de su falda, el resto del cuerpo no desmerecía. El talle breve. Los pechos justos. A la altura exacta. A la distancia precisa. Si uno se hubiese olvidado de las piernas (imposible por otra parte) sus brazos y su cuello darían para otro éxtasis visual. Para otra venus escultórica. Después de todo eso, su rostro, su pelo. ¿Recordáis a Ava Gardner? ¿Esa especie de belleza salvaje? ¿Esa promesa de lujuria infinita? Pues todo eso enfundado para regalo.             Yo había quedado con una cliente

BENJAMIN BLACK. VENGANZA

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Los muertos siempre se llevan más elogios de los que merecían, y sólo por el hecho de estar muertos. Benjamin Black. VENGANZA, p. 93. Editorial punto de lectura, 2015. Realmente no sé si me gusta más John Banville o su alter ego Benjamin Black. Las andanzas del doctor Quirke y el inspector Hackett siempre me entretienen y encima disfruto de la muy sabrosa escritura de Banville, así que miel sobre hojuelas, aunque no cambio El mar (del que ya hice un comentario en su día) de Banville por dos de Black (en realidad no sé si dos o tres o cuatro). Estas dos personas distintas y un solo escritor verdadero están en el núcleo duro de mis autores preferidos; un día, si me apetece, igual me pongo a hacer mi lista, horizontal por supuesto, sin orden ni concierto y, también por supuesto, completamente subjetiva (sobre gustos…). Voy a la cita. Desde hace mucho tiempo odio los (aunque en ocasiones merecidos) homenajes a los fallecidos, del mismo modo que odio el olvido de todas

WESTERN

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El otro día vi un pedazo de la película “ Ataque al carro blindado” (The War Wagon), dirigida por Burt Kennedy en 1967 , en la que, casi al principio, los dos protagonistas principales (Kirk Douglas y John Wayne), después de matar a dos “malosos” tienen este diálogo: -        Lomax (Kirk Douglas): El mío ha caído primero. -        Taw Jackson (John Wayne): Si, pero el mío era más alto. Entrada dedicada a mi querido amigo Jordi Ordaz, que sé que gusta de estos bocados.

CRISTAL Y VIDRIO

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                Apenas chapurreo algo de inglés y de francés: el segundo por imposición de bachillerato en los años sesenta; el primero por pura necesidad laboral ya que tenía que leer mil y un documentos en ese idioma para poder desarrollar, con un mínimo de responsabilidad, mi trabajo. Así que no puedo presumir de políglota ni de estar abducido por los extraños parloteos foráneos; tampoco soy enemigo de ellos, de ningún idioma, aunque sí lo soy del desprecio con que, habitualmente, se trata a esta nuestra lengua, de todas esas expresiones que nuestros conciudadanos usan en su hablar (o, peor aún, escribir) en el día a día; de todos esos anuncios en idioma extranjero o mal redactados en el nuestro o en un batiburrillo de lenguas que quieren aparentar universalidad.                 Dicho todo eso, si se quiere utilizar una palabra en otro idioma y traducirla hay que ser rigurosos y no confundir al personal, que bastante lo está ya sin necesidad de otras ayudas. Viene esto a cuen

ULTRAMARINOS

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Soy, desde hace muchos años, más de 30, comprador habitual en tiendas de ultramarinos, pescaderías o supermercados de los avíos propios de una casa: comestibles, bebidas, limpiadores, etcétera; no así de la ropa en general: odio comprarla, me aborrece todo ese tema, no me gusta andar probando y, además, tengo que confesar que tengo un gusto pésimo para todo lo que tenga que ver con combinar colores; afortunadamente ese tema lo tengo solucionado: mis mujeres (esposa, familiares y amigas) se encargan de eso (gracias, mil veces gracias). También aborrezco el tema mueblerías, pero no es el caso recitar aquí todas mis fobias, así que vuelvo al tema de inicio, la compra diaria. Años ha yo era una rara avis en los establecimientos de alimentación general; disfrutaba pidiendo la vez, situándome en un segundo o tercer plano hasta que me llegaba el turno, avisando a las señoras (generalmente las más mayores) que querían colarse que allí estaba yo, comentando cualquier cosa con el o la de

JAVIER MARÍAS. BERTA ISLA

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              Otra novela-río. Va a tener razón mi querida amiga Carmen cuando dijo una vez que “ el que nace lechón muere cochino ”; digo esto porque, a pesar de mi prevención a los tochos de muchos cientos de páginas, parece que estoy maldito a tener que leer (eso sí, con sumo placer en algunos casos) las diarreas escritoras de algunos autores. ¿Acaso soy culpable por algún desconocido y grave desatino y mi penitencia es cargar (en el sentido literal de la palabra) con tomos de más de quinientas páginas?             Va a ser que sí. En la recámara tengo otros tres libros que cumplen la maldición para prolongar mi penitencia: Perfidia y Esta tormenta de James Ellroy y Moby Dick de Herman Melville (sí, ¿qué pasa?,   nunca había   tenido en mis manos ese gran clásico, uno también es imperfecto y tiene sus lagunas).             Volviendo al principio. Novelón (dejando de lado la, creo yo, excesiva extensión) de Marías, con algunas reflexiones maquiavélicas muy interesante