LAS SALAMANDRAS
Ayer, por fin, volvieron las salamandras. Después de una tarde tormentosa, rayos, truenos, viento y agua, la noche amaneció agradable. Un poco antes de las 10 Berta me llamó y me dijo, asustada, que acababa de ver una salamandra en la mitad del camino de losetas que separa (o une, según se mire) la entrada de la finca y la casa. Buena noticia para mí; me encantan, creo que son animales bellos, con sus colores negros y amarillos, tranquilos, un poco patosos en su desplazamiento y completamente inofensivos e inocuos para las personas. En la actualidad gozan de una inmerecida mala fama, sobrevenida por los bulos que desde las profundidades del siglo X los “sabios” de la época les atribuían: que si envenenaban el agua, que podían secar un árbol con su veneno, provocar la lepra por simple contacto y lindezas por el estilo. En siglos aún anteriores se los tenía por animales mitológicos, que soportaban el fuego y eran capaces de apagarlo con solo situarse sobre él (eso decía, entre