CHARLES VAN DOREN 2



Siguiendo con la Breve historia del saber de Charles van Doren, hoy un poco de economía. Primero una cita:

La burguesía ha desempeñado, en el transcurso de la historia, un papel verdaderamente revolucionario.

            ¿De quién es la frase y donde apareció? Pues pertenece a Karl Marx y la escribió en su Manifiesto comunista. Extraña afirmación dice van Doren, pero ésta era la opinión que Marx tenía a mediados de siglo XIX (hacía 1848), incluso recalcaba:

            En el siglo corto que lleva de existencia como clase soberana, la burguesía ha creada energías productivas mucho más grandiosas y colosales que todas las pasadas generaciones juntas.

            Parece un poco contrasentido que el defensor de las clases proletarias, “embrutecidas” por el trabajo (un poco más adelante explicaré a que me refiero) tuviese esa opinión de la clase “opresora”. Van Doren lo aclara un poco más adelante. Marx “pone el énfasis en el proceso que la burguesía ha inventado, no en sus logros como tales. De hecho, la burguesía nunca se ha interesado en el tipo de logros que representan las pirámides, los acueductos o las catedrales. Solo le interesa hacer dinero. No construye por construir, sino para ampliar su capital. Por tanto, está perfectamente dispuesta a derribar el edificio construido el año pasado, que sirvió a su propósito en cuanto fue completado, y construir otro en su lugar”.

Un paréntesis sobre el “embrutecimiento” de la clase obrera. Casi cien años antes que Marx, otro ilustre pensador, Adam Smith, publicó en 1776 una obra trascendental: La riqueza de las naciones; reflexionaba en ella sobre la incipiente revolución industrial. Cito, una vez más, el resumen de van Doren.

 El implacable trabajo del campo destruía el alma de los campesinos, que odiaban tanto su vida que huían de ella siempre que podían para trabajar hasta en las fábricas más exigentes y peligrosas. La revolución industrial no hubiera triunfado si no la hubiese deseado todo el mundo, tanto los capitalistas explotadores como los trabajadores explotados.
Pero los seres humanos no sabían todavía cómo el trabajo especializado en las fábricas destruye el alma de los seres humanos al tratarles como si fueran partes de una máquina”.

Y, si lo pensamos fríamente, ¿Qué somos todos más que piezas de un engranaje sobre el que apenas tenemos control –más bien ningún control- poniendo nuestras habilidades y conocimientos al servicio final de unas clases dirigentes que, queramos o no, a cambio de las migajas (el “pan et circenses” de los romanos) nos pastorea? Cierro paréntesis.

Después de la verdadera opinión de Marx sobre el proceso instaurado por la burguesía, parece que ya nos reconcilia un poco más con la idea que teníamos. En resumen, concluye van Doren, la burguesía inauguró una revolución permanente que no puede concluir. Y aquí una reflexión personal. Realmente, en un mundo limitado, finito, como es el nuestro, ¿es necesario que el crecimiento de la economía, de los beneficios de las empresas, tengan que ser cada año mayores que el anterior?; la cuestión no es si es necesario o no, la pregunta es: ¿es posible? La respuesta es clara: NO, es claramente imposible por la propia limitación del medio. Si los recursos son limitados (enormes, por supuesto), ¿para miles de años? quizás, aunque yo no les pongo un límite tan lejano, como mucho para unas pocas centenas de años a los ritmos actuales de aumento de la población, pero limitados al fin y a la postre. No importa que sean miles, centenas o incluso decenas.

Mejor dicho, no debería importarnos si pensamos en el futuro como especie. Y ese es el problema de las clases que solo piensan en un crecimiento constante; solo viven para el hoy, para el beneficio inmediato, entendiendo como tal el que se circunscribe a su vida o, como mucho y en el mejor de los casos, a la de sus hijos, sin pensar en que “de aquellos polvos, estos lodos” y que tarde o temprano (más bien temprano al ritmo actual) el sistema de desarrollismo infinito explotará, ya que en todo el mundo, todos sus habitantes, querrán alcanzar las cotas de bienestar más altas, es decir, las más altas que ven en los demás y, por tanto, pueden desear.

Por eso, toques de atención, como éste que nos está tocando vivir (el acongoje generalizado por el ataque incontrolado de un bichito, capaz de poner patas arriba todo nuestro sistema de vida, de producción, de disfrute, incluso de según qué valores) le viene a nuestra ensoberbecida “civilización” (sobre todo occidental) que ni de perlas. Ahora bien, ¿servirá de algo a los defensores del crecimiento y enriquecimiento permanente? Realmente pienso que no. Hasta hace bien poco (días) pensaba yo que no habría un cambio sustancial de costumbres debido a la pandemia. Ahora no estoy seguro. Peor aún. Me descubro pensando que de haberlo será para mal. Puede que sea consecuencia de lo prolongado de la reclusión, que fomenta pensamientos negativos.

La solución, desde luego, no es la vuelta al campo ni a la vida pastoril. Qué tontería. Renunciar a los logros conseguidos hasta ahora sería un suicidio como especie, que solo nos llevaría de vuelta, al final, a las épocas oscuras de la pseudociencia y a la ignorancia supersticiosa. Así que, para terminar por hoy, unas últimas reflexiones de van Doren, con las que coincido plenamente:

Debemos distinguir siempre entre la nostalgia, que es una especie de droga benigna y suave, que la mayoría de la gente puede permitirse consumir de vez en cuando, y un deseo auténtico de regresar a un modo de vida que hace tiempo que desapareció, a una época en que, por ejemplo, el dinero no era muy importante. Siempre habrá unos pocos (quizás hoy algunos más, añado yo) que deseen regresar a lo que ven como un modo de vida más “simple”. Pero la gran mayoría es lo bastante sabia como para saber que la vida no es de verdad más fácil por tener menos dinero o porque laves tu propia ropa a mano o porque cultives tus propias verduras o porque tengas que ir caminando o a caballo allá donde quieras ir. A pesar de todo su estrés, ansiedad y a la amenaza de peligros completamente nuevos, es la vida moderna la que es más simple y fácil, no la vida del pasado.

El cambio producido de 1800 a la actualidad es extraordinario. En 1800, en la mayoría de los lugares del mundo, el dinero era casi invisible.
Trabajamos para ganarnos la vida (que terrible expresión: ganarnos la vida; lo contrario es simplemente perderla ¿no?) y puede que incluso soñemos con el día en que ya no necesitemos trabajar y podamos tener tiempo para “vivir de verdad”. El trabajo y la vida, en lugar de considerarse partes inseparables de la existencia, se han vuelto conceptos en conflicto, casi nociones contradictorias.

Ese es un noble deseo, vivir, no simplemente subsistir, y ese debería ser el fin de nuestros propósitos. El problema es que, animales de costumbres como somos, amaestrados a un determinado modo de hacer, muchos no saben muy bien que hacer cuando, por fin, alcanzan mayores cotas de tiempo para uno mismo. No nos han educado para ello. Forma parte del “embrutecimiento” el dejar de ser personas reflexivas y pensantes. No hay más que ver a nuestros “dirigentes marionetas” y nuestro adocenamiento al pensar que los elegimos y que nos gobiernan en pro del bien común. JA y mil veces JA.

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