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Mostrando entradas de enero, 2025

CONCHA HERES Y EL DEDO DEL YETI

  CONCHA HERES Y EL DEDO DEL YETI             En 1978 la piqueta asesina se unió a la maquinaria sin alma, pero con fuerza destructiva inmensa, y derribaron el palacete de Concha Heres, sito en la calle de Toreno en Oviedo. Concha Heres (María Concepción Heres y Palacios) había nacido en Belmonte de Miranda en 1864, pasando poco después a vivir con su familia a Grado. En 1883 se casó con Manuel Valle, millonario español afincado en Cuba, donde ella fue a residir. Alli era conocida como “la Perla de las Antillas”. Pocos años después su marido falleció y la dejó heredera de su inmensa fortuna. Ella regresó a España a finales del siglo XIX. El palacete, construido en 1885, fue su vivienda cuando, a principios del siglo XX, fijó su residencia en Oviedo, dedicándose desde entonces al mecenazgo y la filantropía. Suyas fueron mantenimiento de las Escuelas del Bosque, sitas en la actual biblioteca de la Granja, en el parque de San ...

EL CAZADOR DE METÁFORAS

  EL CAZADOR DE METÁFORAS             Era un pequeño-gran cazador. Posiblemente un rasgo heredado por vía paterna. Abuelo cazador y padre cazador, así que él, primer hijo varón después de dos hembras, fue adoptado por toda la cuadrilla de cazadores a la que pertenecía su padre. Era una cuadrilla famosa en todo el entorno de aquel mágico valle, más que por sus éxitos cinegéticos, más bien discretos, por las francachelas que organizaban cada vez que le atinaban a un par de perdices o a una liebre y se reunían para comérselas en alguna de las bodegas que cada uno poseía, de donde todos salían después con gran captura de merluzas.             Nació en las tierras en que las estaciones son de colores. Blancos los inviernos, esmeralda las primaveras, oro salpicado con manchas de sangre los veranos y arcoíris los otoños. Sin embargo, él nunca gastó pólvora, ni siquiera cuando ...

LA CABAÑA EN EL BOSQUE

  LA CABAÑA EN EL BOSQUE Era como si la luna nueva luchara por asomarse entre las oscuras nubes de tormenta que preñaban el cielo en una noche desapacible. Sus pálidos intentos no lanzaban más que siniestros abortos de luz que jamás alcanzarían el suelo. Mientras tanto, ella, ajena al exterior, lloraba lagrimas gruesas como tinta de calamar que brotaban, casi sin ganas, de sus ojos azabache y resbalaban por la piel de ébano de su rostro, acariciando las comisuras de sus labios y rodando por el cilindro, ahora ondulado, de su garganta, para perderse por la sima oscura que arrancaba del desfiladero de su torso, apenas velado por las largas guedejas de carbón que ahora formaban sus antes lustrosos cabellos. No sabía cuánto tiempo llevaba allí, encerrada en aquel recinto sin luz alguna, formado por adoquines y sillares de desbastado basalto. Cada cierto tiempo uno de aquellos sillares se movía hacia atrás y, con apenas una sombra de luz mortecina, aparecía una jarra grande, como ...