EL DIARIO


         La rutina es uno de los rasgos ancestrales de nuestra anterior etapa más animal, o al menos eso creo; la rutina y algunos otros instintos básicos que nos igualan a los animales ahora; ¿quién no se resguarda cuando hace frío o llueve?, o ¿quién no trata de comer y beber cuando el hambre y la sed apremian? Y no digamos nada del instinto de conservación de la vida o el de procreación (si, el sexo y su éxtasis de placer breve no son más que una atávica reacción al deseo de que la especie se perpetúe).

Bueno quizá eso podría desarrollarse un poco más con la entronización actual del placer, con el sexo homosexual y otras variantes, pero eso no lo desvía de su mayoritaria finalidad.

Dejémoslo. En realidad de lo que quería hablar era de la rutina, pero el cerebro nos desvía con una facilidad que espanta (otra vez, ¿a qué viene esto del cerebro?). Vamos con la rutina y la soledad que en muchas ocasiones ocasiona.

Él vive en una vivienda unifamiliar pareada; después de sus abluciones mañaneras, el desayuno y la ingesta de los químicos que le ayudan a seguir sobreviviendo, camina hasta el buzón que está a la entrada de la finca en busca del diario al que está suscrito. Por no se sabe qué oscuro mecanismo el diario nunca está (ni ha estado) en su buzón, sino que siempre, desde el primer día en que se instaló en esta casa, está en el buzón del vecino de al lado del que, afortunadamente, también tiene llave (es un familiar).

Sus nombres están claramente escritos en las cartulinas dispuestas para ello; su vecino, no está suscrito a ningún diario, así que no entiende el motivo del error. Por otra parte hace ya más de veinticinco años que ambos residen aquí, así que se pregunta ¿siempre ha sido el mismo repartidor?, ¿siempre?, ¿no ha fallado ni un día?, porque el diario siempre está en el buzón equivocado.

Aunque es consciente de que tiene varias opciones para subsanar el equívoco, como llamar a la distribuidora y comentarlo, o madrugar mucho un día, vigilar la llegada del repartidor y hablar con él, de momento prefiere seguir con la duda y pensar en que algún día el diario aparecerá en su buzón, aunque lo duda: a su rutina de ir a recogerlo, se unen la de abrir siempre primero su buzón, la rutina del repartidor inalterable y la de meter el periódico en el equivocado.

Un día  se decidió a cambiar su rutina: abrió primero el buzón del vecino y, sorpresa, estaba vacío, como casi siempre el suyo, al que miró con una mezcla de suspicacia y temor ¿se habría roto la rotativa y no pudieron imprimir el diario? O, más bien, tal como él había roto su rutina, el eterno repartidor, presciente, ¿habría cambiado la suya? O, peor aún, ¿sería otro repartidor? Aquel día se quedó sin leer la prensa, no se atrevió a mirar en su buzón.

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