CRÓNICA DE TARIK IBN MUZA (CAPÍTULO 2)

 

CRÓNICA DE TARIK IBN MUZA

CAPÍTULO DOS

Tarik y su ahora muy menguada compañía había decidido, después de la terrible matanza de sus criados y dos de sus guerreros a manos de la tribu de caníbales, poner fin a su viaje y volver a casa. Estimando que el camino más corto sería girar hacia el este para llegar al mar y, desde allí, conseguir que algún navío les devolviera a su tierra.

Llegaron a una inmensa llanura en la que pastaban incontables rebaños de ñues, antílopes y cebras. Suponiendo ellos que aquellos habrían de ser los territorios de caza de donde se proveían los salvajes de quienes habían escapado, aligeraron el paso, sólo deteniéndose para cazar alguna de las muchas reses que por allí pululaban y así proveerse de carne para su sustento. Tal como aprendieron de los caníbales, deshuesaban las piezas y envolvían la carne en las pieles, aligerando de ese modo la carga.

Por las noches untaban sus rostros y sus manos con barro, temerosos de que los djin de la oscuridad pudieran raptarlos. A lo lejos observaron como de una de las grandes montañas de fuego brotaban rocas ardientes, con una gran columna de llamas y una densa nube de humo que se elevaban desde su cima, emitiendo sonidos como si se tratase de los rugidos de una enorme fiera atrapada en su interior.

Apenas amanecido, se dirigieron hacia el naciente para encontrar el mar. A media jornada estaban cerca de la montaña de fuego que habían visto el día y la noche anteriores. Se alzaba solitaria y majestuosa, aislada de cualquier otra elevación; a su alrededor, la tierra estaba cubierta por una vegetación exuberante, con árboles frondosos de los que pendían frutos desconocidos para ellos. Las rocas que formaban aquel gran monte no eran negras, como habían visto en otros similares, sino blancas, por lo que decidieron que sería algún fenómeno diferente, quizás la montaña sagrada de alguna de las tribus que habitarían por aquellos parajes. Sin dedicar más tiempo a su estudio, reanudaron viaje hasta allegarse a una zona boscosa donde se detuvieron para reponer fuerzas.

Pudieron ver desde allí un rebaño de vacas muy diferentes a las divisadas en las praderas que habían atravesado días atrás; tenían enormes cornamentas y pastaban tranquilas cerca unas de otras; algunas de ellas portaban una especie de collar de madera del que pendía como una esquila del mismo material, que sonaba quedamente al moverse. Llegaron a la lógica conclusión de que aquellos no eran animales salvajes, sino domesticados por alguna tribu vecina que, sin lugar a dudas, estaría asentada en algún lugar próximo. Por precaución, continuaron escondidos y vigilantes para evitar otro desafortunado encuentro.

Cuando el sol empezaba a declinar, vieron aparecer media docena de hombres negros armados con lanzas cortas y escudos hechos con pieles de animales, que comenzaron a arrear al rebaño alejándose del bosquecillo donde Tarik y los suyos se guarecían. Con el largavista del geógrafo, pudieron ver que se trataba de personas muy esbeltas, altas y delgadas, con el pelo pintado de color rojo oscuro recogido en una especie de trenzas que peinaban hacia la nuca.

Apenas oscurecido, la expedición se puso rápidamente en marcha hacia el este, alejándose de la zona ante el temor que se tratase de otra tribu de antropófagos. La luna llena iluminaba su camino. Pasadas unas horas, gracias a la claridad de la noche, evitó la cabeza de la expedición caer por una enorme grieta que les cortaba el paso. Mandó Tarik a cuatro hombres a caballo, dos hacia el norte y dos hacia el sur, con el fin de encontrar modo de salvarla. Al cabo de dos horas volvieron los enviados en descubierta, diciendo que, tanto en una como en otra dirección, la grieta continuaba con similar anchura y profundidad y tal parecía que no tenía fin.

Decidieron esperar a la amanecida para tomar una decisión. Con los primeros rayos del sol, subieron a una elevación próxima y con el largavista pudieron ver que, al menos hasta donde alcanzaba la visión con él, se confirmaban las noticias traídas por los exploradores, así que no les quedaba más solución que continuar viaje hacia el sur o girar hacia el oeste. Según los cartógrafos en ambas direcciones podrían llegar al mar, si bien no pudieron concretar por cuál de ellas encontrarían primero la costa.

Hacia el oeste divisaron desde la loma un enorme lago, lo que inclinó la decisión de ir en ese sentido para poder proveerse de agua y peces y así almacenar reservas por lo que pudiera depararles el futuro. Antes de partir, decidieron estudiar con más detalle la grieta.  Allí, en las profundidades, era como otro mundo. El sol sólo llegaba al fondo a mediodía, mientras que al amanecer y al ponerse iluminaba parcialmente el acantilado oeste o el este y apenas llegaba la claridad hasta abajo. Así y todo, pudieron observar plantas y animales que vivían en aquella sima, si bien todos ellos tenían características extraordinarias.

Estaban presentes elefantes, jirafas, gacelas, varios tipos de bóvidos y fieras como leones y hienas, pero todos ellos eran más pequeños de lo normal, como afectados por una especie de enanismo. Lo mismo ocurría con los árboles, pequeños pero estilizados, con copas afiladas que parecían querer alcanzar la luz de las alturas. Había también varios pequeños lagos de fuego, bastante separados entre sí, como diminutos pozos ardientes alineados en el centro de la base de la grieta; en ocasiones esos calderos hirvientes se conectaban por un fino arroyo de fuego. Daba la sensación de ser como una reproducción en miniatura de la fauna, flora y geografía de la superficie, lo que indujo a Karim y sus acompañantes a pensar en un reino mágico, habitado por genios que vivían en una especie de exótico jardín privado.

Con miedo a nuevas desgracias, al día siguiente comenzaron su marcha hacia el oeste.


Comentarios

Entradas populares de este blog

JAVIER CERCAS. TERRA ALTA

CHARLES VAN DOREN

PAOLO GIORDANO. JUAN ESLAVA GALÁN.