LOS FINALES
LOS
FINALES
Es
difícil decidir que el final de una historia, sea en el formato que sea, está bien
o mal, si es de tu gusto o te parece rebuscado o inacabado o, simplemente,
estúpido. Es aún más difícil meterse en la cabeza del creador, seguir la línea
de pensamiento que a él le llevó a ese final, porqué lo decidió así y no de
otra manera.
Evidentemente todos tenemos nuestra opinión, de manera
que siempre decidimos si nos gustó o no, si cambiaríamos algo o no, pero,
realmente, ¿con eso mejoramos la obra? O nada más que la haríamos más digerible
para nosotros, para satisfacer nuestro capricho, tendencia o creencia. Si es
así, pues vale, miel sobre hojuelas y con nuestro pan nos la comamos. Tenemos
que admitir que la creación artística es algo subjetivo, sin cánones
prefijados. A no ser que se juzgue peor o mejor realizada según los inefables e
infalibles académicos de cada actividad. Entonces sólo las obras que se ajusten
a las normas establecidas podrán ser calificadas entre los extremos de aceptables
o geniales. Las demás serán basura que no merece ser ni comentada, al menos en la
época en que se presenten (ya sabéis: o tempora, o mores).
Con lo sencillo que es decir: esto me gusta, o no me
gusta, sin tener que escuchar expertas explicaciones de por qué tiene que
gustarte o no. Expertos que parecen mamar directamente de la teta de la musa
correspondiente, que están iluminados por el dios de la sabiduría de la rama
del arte de que se trate. “Lo de Polok me
parece una basura, donde esté un Velázquez, o al revés” En fin, para
terminar oyendo, si uno se pone muy necio, que sobre gustos no hay nada escrito.
Pues no es cierto, ¡millones y millones de páginas!, eso sí, la mayoría
incomprensibles para los legos.
¡Madre mía!, me enrollo como una persiana. Esto iba de
qué series, películas o libros cambiaría el final por no haberme gustado o
haberlo visto incompleto. Así, a bote pronto, recuerdo “El talento de míster
Ripley” de Patricia Highsmith. Cuando leí mi ejemplar pensé que le faltaba
alguna hoja al final. Busqué otra edición y comprobé que no, que terminaba como
la que yo tenía. Decepción, pero sin más.
Dos series que terminé de ver estos días también me han
dejado pelín perplejo: “El último de nosotros” en HBO; una serie distópica de la
clase zombi (que odio) pero en este caso en lugar de virus eran unos hongos que
se apoderaban del cerebro con idéntico resultado: ansia viva de morder a todo
humano sanote. Después de dos temporadas, final abierto, pero, muerto el
protagonista principal, no sé si la continuarán.
La
otra es Matlock, en movistar. Una serie de abogados. Me gustan las historias de
abogados, los juicios (Doce hombres sin piedad, Matar un ruiseñor, etc.) a
pesar de que pienso que deberían ser una especie a extinguir, pero mientras que
la ley esté tan separada de la justicia, habrá que aguantarlos. A lo que iba,
madre mayorcita que busca venganza por la muerte de su hija drogadicta y que
termina rarita (la serie, no la madre).
¿Cómo
las hubiese acabado yo? Pues no sé. Ripley es un jeta, el típico delincuente
frío, fino, embaucador y chulito, así que lo hubiese encerrado en la más
abyecta de las cárceles, donde no viese el sol más que en el moreno de los recién
ingresados. Lo de la serie de HBO no tiene más posible final que volverse los
supervivientes a casita en paz o un descontrolado baño de sangre y vísceras,
según el humor del día. La de los abogados pide un final más elaborado. Quizás
defenestrando desde el ático de uno de sus rascacielos a los amos de la
farmacéutica culpable de las muertes, eso sí, junto con el dueño del bufete de
abogados que lo encubrió todo, aunque se me ocurre otra opción, que entiendo
más de justicia: enganchar a todos ellos a los opioides que vendían, dejarlos
sin recursos económicos y esperar a verlos tirados, muertos de asco, debajo del
más sucio de los puentes.
Pero
lo autores decidieron otras cosas, así que: amén.
Comentarios
Publicar un comentario