EL GRANO DE ARENA (EL CRISTAL DE CUARZO )
Mis
primeros recuerdos son de una montaña, rodeado de amigos, de feldespatos, de
micas, pegados a mí, unidos íntimamente. Mi familia. Dura. Granítica. Allí el
aire era frío y la humedad te calaba hasta los átomos; llegó la primera nevada
y el frío aumentó y el hielo nos separó de mama-montaña y nos hizo rodar por su
falda hasta llegar a sus pies. Con el deshielo, el líquido elemento bajaba del
monte y nos empujó más abajo, donde los golpes de unos contra otros y el ataque
del agua fue minando, muy poco a poco, la resistencia de mis amigos feldespatos
y micas.

Con el tiempo nuevos hermanos fueron posándose sobre mí,
fui notando como lentamente iba perdiendo la visión de la superficie y
hundiéndome cada vez más. Sentía el
calor creciente, la falta del agua refrescante y el aumento de la presión que
me hacía unirme más fuerte con todos los que estaban a mi alrededor.
El tiempo se hizo lento, la oscuridad absoluta. Pasaron
años, siglos, milenios; nada se movía; todo se resumía en una paz inerte,
aburrida. El calor y la presión habían logrado que todos nos uniéramos con
fuerza, una fuerza que a mí me recordaba mi nacimiento, cuando era feliz con
las micas y los feldespatos. Ahora charlaba con mis vecinos, pero como todos éramos
iguales, apenas diferíamos en nuestras opiniones: que si el silicio, que si el
oxígeno, que si tengo el eje C torcido; alguno tenía la suerte de compartir su
vida con algún aluminio, pero poco más.
Los milenios pasaban lentamente. Un día, no sé, un
milenio, también lentamente, algo empezó a cambiar. La sensación de opresión se
hizo diferente, parecía que, por una parte, la presión no nos aplastaba tanto,
algo nos empujaba hacia arriba pero, a la vez, nos comprimía lateralmente,
obligándonos a estirarnos, a alinearnos todos en una misma dirección y, por fin,
muy poco a poco, volvía la luz, volvía a respirar el aire frío de la montaña.
Volví a renacer. Endurecido. Otra vez rocoso.
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