EL GRANO DE ARENA (EL CRISTAL DE CUARZO )


Mis primeros recuerdos son de una montaña, rodeado de amigos, de feldespatos, de micas, pegados a mí, unidos íntimamente. Mi familia. Dura. Granítica. Allí el aire era frío y la humedad te calaba hasta los átomos; llegó la primera nevada y el frío aumentó y el hielo nos separó de mama-montaña y nos hizo rodar por su falda hasta llegar a sus pies. Con el deshielo, el líquido elemento bajaba del monte y nos empujó más abajo, donde los golpes de unos contra otros y el ataque del agua fue minando, muy poco a poco, la resistencia de mis amigos feldespatos y micas.

Cuando las aguas empezaron a calmarse ya estaba solo, aunque rodeado de otros supervivientes como yo, grises, traslúcidos, cada vez más redondeados y más pequeños. Pasaron días, meses, quizás años y aquel viaje infernal sujeto a los caprichos del agua parecía no tener fin. Un día, al despertar, noté que no me movía; estaba libre, seco, rodeado de hermanos casi gemelos; enormes bestias que aparecían de tarde en tarde, de dos o cuatro patas, a veces con balones, toallas y otros terribles instrumentos, conseguían desplazarme, pero sólo un poquito. Eso sí, un par de veces al día el agua volvía para darnos un baño relajante.


            Con el tiempo nuevos hermanos fueron posándose sobre mí, fui notando como lentamente iba perdiendo la visión de la superficie y hundiéndome cada vez más.  Sentía el calor creciente, la falta del agua refrescante y el aumento de la presión que me hacía unirme más fuerte con todos los que estaban a mi alrededor.

            El tiempo se hizo lento, la oscuridad absoluta. Pasaron años, siglos, milenios; nada se movía; todo se resumía en una paz inerte, aburrida. El calor y la presión habían logrado que todos nos uniéramos con fuerza, una fuerza que a mí me recordaba mi nacimiento, cuando era feliz con las micas y los feldespatos. Ahora charlaba con mis vecinos, pero como todos éramos iguales, apenas diferíamos en nuestras opiniones: que si el silicio, que si el oxígeno, que si tengo el eje C torcido; alguno tenía la suerte de compartir su vida con algún aluminio, pero poco más.

            Los milenios pasaban lentamente. Un día, no sé, un milenio, también lentamente, algo empezó a cambiar. La sensación de opresión se hizo diferente, parecía que, por una parte, la presión no nos aplastaba tanto, algo nos empujaba hacia arriba pero, a la vez, nos comprimía lateralmente, obligándonos a estirarnos, a alinearnos todos en una misma dirección y, por fin, muy poco a poco, volvía la luz, volvía a respirar el aire frío de la montaña. Volví a renacer. Endurecido. Otra vez rocoso.



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