INSTRUCCIONES PARA RESPIRAR
A
finales del segundo milenio la población de Tierra quedó reducida a una décima
parte de los más de 10.000 millones de seres humanos que la habían llegado a habitar,
las condiciones climáticas por fin se habían estabilizado y la humanidad
recobró una cierta normalidad. Los científicos desarrollaron los principios
para hacer posibles largos viajes espaciales. Las naves con los primeros
humanos criogenizados alcanzaron el sistema Próxima centauri durante el quinto
milenio. Cuando los sistemas automáticos despertaron al primer turno en sus
cápsulas, ante sus ojos apareció un texto con el título: “Instrucciones para
respirar”.
Realmente
no necesitaba leer las instrucciones. Están grabadas en la parte
correspondiente al instinto animal que nos hace sobrevivir. Son acciones
automáticas que, o bien no controlamos (los latidos del corazón, el flujo de la
sangre, la digestión, la regeneración celular) o sólo parcialmente (como la
respiración o el pestañeo). Aflojar el diafragma y dejar que el aire entre,
desde la nariz o la boca, hasta el abdomen, llenando los pulmones y cargando la
sangre de oxígeno. Contraer el diafragma y soltar, por la nariz o la boca, el
aire sucio, casi nitrógeno, con algunos residuos. Así que no entendía la
situación actual. Estaba cada vez más próximo a un ataque de ansiedad. Releí
las instrucciones que figuraban, un poco desdibujadas y temblorosas, delante de
mis ojos. Faltaba una. La primera. Sacar la cabeza de debajo del agua.
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