LAGARTIJAS, LAGARTOS, TRITONES Y SALAMANDRAS
Cuando
era un crio, una de mis actividades favoritas era la captura de lagartijas a
lazo. Dicho así parece increíble, pero es cierto. La técnica consiste (aún
ahora la practico alguna vez) en encontrar una gramínea de entre 50 y 100
centímetros de altura (mi preferida es una especie de, creo, cebada silvestre),
limpiarla de todo el grano y, en su extremo superior, muy flexible, hacer un
nudo corredizo.
En
muros, piedras sueltas y zonas soleadas es fácil en primavera, verano e incluso
otoño, encontrar lagartijas; colocándose detrás de ellas, se les pasa el lazo
por la cabeza (no suelen asustarse, después de todo es una hierba), se tira y
ya está. Puedes pasearlas como a un perrito, incluso ponerlas en tu mano,
mirarlas de cerca y ver la delicadeza de su piel escamosa, sus irisaciones, sus
largos y finos dedos, sus dientecillos, su larga lengua bífida, en fin toda una
serie de detalles que no observarías de otra manera.
Son
unos reptiles bonitos vistos de cerca y, haciendo abstracción de su tamaño,
podemos imaginarnos el aspecto de los enormes saurios jurásicos carnívoros,
como las lagartijas, aunque también los había de ese pequeño tamaño. Después de
un rato las soltaba, a pesar de ser consciente de que, peladas y
convenientemente aderezadas, seguro que son comestibles.
Con
unos años más, una vez perfeccionada la captura de lagartijas a lazo, me atreví
con piezas mayores: sus primos los lagartos.
En
un lugar que yo conocía, en la costa y a unos kilómetros de mi casa, había (bueno,
supongo que seguirá existiendo) un suave talud de verde hierba y varios tipos
de coloridas flores, salpicado de grises protuberancias pétreas redondeadas,
como grandes tortugas, manchones de caliza tachonados por amarillos líquenes;
allí, los días tranquilos de sol, podían observarse hermosos lagartos
verde-azulados, tostándose, con la boca entreabierta de la que, de vez en
cuando, surgía una lengua bífida, saltarina, los ojos semicerrados y la cabeza
erguida, levantada hacia el sol, como girasoles, orgullosa.
La
zona queda próxima a una playa bastante concurrida los fines de semana del
verano, pero como mis juveniles andanzas eran los días laborables, solía estar
relativamente desierta, por lo que podía observar tranquilamente el discurrir
del día de los lagartos. Al menos durante unas horas.
Una
vez preparado el lazo, si conseguías acercarte sin que te detectasen y
metérselo por la cabeza, ya tenías la presa. Claro, no son lagartijas, son
mucho más fuertes y de un tirón algunas veces se escapaban, pero algunos
conseguía retener, pasearlos, observarlos y liberarlos, aun sabiendo que, en
según qué preparaciones, son comestibles y con mayores bocados que sus primas.
Por
cierto, cuando el camino era monte a través, pasaba por unos pequeñas pozas,
poco más que charcos grandes, de poca profundidad (un metro como mucho) en la
que nadaban felices pequeños tritones (al menos así los llamaba), renacuajos y
alguna vez llegué a ver allí algunos peces de colores (supongo ahora que
abandonados por alguna mano forastera). Es evidente que el método del lazo
herbáceo no era aplicable, pero alguno llegué a coger a mano para poder
observar durante unos breves momentos esa especie de lagartijas con patas
palmeadas. Eran bastante pequeños, así que se necesitarían un montón para poder
degustarlos.
Ahora,
donde vivo, zona interurbana-campestre, en algunas noches húmedas de otoño
encuentro alguna que otra salamandra rojinegra, realmente curiosa. Creo que son
también un tipo de tritones terrestres, al menos las mías. En una de las
ocasiones me topé con ocho o diez de ellas mirándome de frente, con la cabeza
levantada, desafiantes, o asustadas y expectantes de que pudiera pisarlas. Por
su aspecto tengo muy serias dudas sobre su digestibilidad.
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