Niebla. Miguel de Unamuno
Nuestro
tiránico profesor del curso de literatura española al que estoy asistiendo nos
ha obligado a tragarnos Niebla, de Miguel de Unamuno. Terrible experiencia.
Hace
muchos años gusté de La vida exagerada de
Martín Romaña, de Alfredo Bryce
Echenique. Años antes, con riesgo de mi tierna salud de infante, La
tragicomedia de Calisto y Melibea (también conocida como La Celestina) escrita por Fernando de Rojas. A edad aún más
temprana digerí a Gustavo Adolfo Bécquer a
través de sus Rimas y leyendas.

Salvo
de la quema (teórica, por supuesto) las disgresiones que de vez en cuando se
permite el autor, así como tres capítulos finales: aquél en el que protagonista
(Augusto) visita y debate con Unamuno sobre su decisión de suicidarse,
contrapuesta a la del autor de matarlo. Sobre quién de ellos es real o ficticio
y quien de verdad hace real al otro. Precuela de Pirandello y sus Seis
personajes en busca de un autor.
El
siguiente capítulo da para gran reflexión. Llegado a su casa Augusto se suicida
comiendo hasta casi reventar (otra precuela: La grande bouffe o esa escena del tragador pantagruélico en el Sentido de la vida de los Monty Python). Aquí se mezclan dos deseos: el del autor de matarlo y el del
protagonista de suicidarse ¿quién vence a quién? En su lecho de muerte Augusto
manda a su criado que le envíe a Unamuno un telegrama con el texto:
Se
salió usted con la suya. He muerto.
Sí, ha muerto, pero ¿se ha suicidado o lo ha matado o las
dos cosas?, ustedes vosotros mismos.
En
el último de los capítulos Unamuno diserta sobre la necesidad o no de dar
cuenta del devenir de la vida del resto de protagonistas, pero se decide por
solo uno de ellos, Orfeo, el cachorro de perro que no hacía demasiado tiempo había
recogido, perdido en un parque, Augusto. Orfeo nos cuenta sus sentimientos y
analiza los humanos en otro despliegue de filosóficos razonamientos, no en vano
Unamuno eso era, filósofo.
Dejando
de lado la, para mí, rocambolesca historia histérica de Augusto y Eugenia,
saltándose muchas páginas en las que aquella manda, y ciñéndose a las
reflexiones intercaladas del Profesor, lectura de digestión lenta y reflexiva.
Un
último apunte. Excelente la edición de Mario
J. Valdés para Cátedra, muy
completa, con 70 páginas iniciales de introducciones varias y tres escritos
posteriores del autor sobre su obra. Pena de tamaño de letra para los de ya
cierta edad.
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