LA ALQUIMIA Y LAS GEMAS. UNA HISTORIA FANTÁSTICA.




En los albores de este milenio cayó en mis manos un curioso libro: Una fascinante historia de la alquimia, escrito en 1991 por un ilustre catedrático de Química Analítica de la Universidad de Oviedo: Siro Arribas Jimeno, por aquel entonces ya profesor emérito. Fue para mí un placer casi pecaminoso devorarlo y descubrir que existen pruebas documentales desde el siglo I aC sobre ese, en aquel entonces, oscuro arte. Bolos Demócrito, alquimista egipcio nos legó su “Física y mística”, escrito en griego en aquel lejano tiempo, en el que ya se habla del tema. Más adelante hay constancia escrita de ilustres personajes que practicaron la alquimia a lo largo de toda la historia, algunos sobradamente conocidos por muchos de nosotros, aunque quizás sin relacionarlos con esa faceta.

¿Quién no ha oído o pronunciado la expresión “al baño maría” que todos relacionamos como una práctica culinaria?, pues es el resultado de los experimentos alquímicos de María la judía, griega del siglo III dC; que decir de Avicena, Maimónides, San Alberto Magno, Santo Tomás de Aquino, Raimundo Lulio, Paracelso, o, ya por llegar al siglo 20 y la actualidad, el francés Fulcanelli, autor de “El misterio de las catedrales” y de “Las moradas filosofales”.

¿Cuáles eran algunas de las finalidades de los alquimistas?: encontrar o descubrir, como queráis, mixturas, tinturas, productos, que les llevasen a una larga vida, a la sabiduría o a algo tan prosaico como convertir metales en oro. Para ello sus procedimientos consistían en realizar todo tipo de disoluciones y cristalizaciones de cualquier tipo de materiales en condiciones “exóticas”: conjunciones planetarias, horas determinadas, equinocios, etc.

A algunos de nosotros, los que nos autodenominamos personas cabales, pueden parecernos tonterías, pero no para ellos. Por ejemplo, la obtención de la piedra filosofal que permitiría la transmutación de metales en oro. El citado Fulcanelli (nacido en 1839 y del que no se tiene noticia de muerte), la consiguió en 1922 y la describe como un cuerpo cristalino, diáfano, de color rojo, amarillo después de la pulverización, denso y muy fusible, es decir, un cristal, aunque también nos dice que cuando se excede el límite de la multiplicación de fusiones, cambia de forma y no recobra el estado cristalino al enfriarse, tornándose en un fluido absolutamente incoagulable
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Posiblemente profesores de Geología recuerden a un ilustre cristalógrafo, el profesor José Luis Amorós y un libro suyo, “La gran aventura del cristal”, en el que se retrotrae el nacimiento de la Cristalografía hasta el año 315 aC, a un documento escrito por Teofrasto, discípulo de Aristóteles y, por ende, de Platón; en dicho documento, “Peri liton” o “De las piedras” describió unas 50 clases de piedras (minerales) y tierras (rocas). Tenía curiosas teorías en las que considera a ciertas piedras como hembras y otras como machos.

De entre todos los cristales, los que más han llamado la atención al género humano han sido, salvo algunas excepciones generalmente localizadas en el campo de los perturbados geólogos, las gemas: esmeraldas, rubíes, aguamarinas, diamantes, zafiros, aparte de algunos metales, como el oro o la plata. Si cerramos los ojos y nos imaginamos los cofres de los tesoros de los piratas o los contenidos en la cueva de Ali-baba ¿que vemos? sí: monedas de oro y enormes rubíes, esmeraldas, brillantes, sueltos o adornando coronas, magníficas tiaras, relucientes herretes, colgantes.

Pero, ¿es diferente la realidad? ¿Nunca os habéis fijado en el tamaño y brillo de las gemas con que reyes, papas, sultanes, emperadores de Europa, Arabia, India, aparecen en los retratos en que pintores o grabadores los plasmaron? Incluso en la actualidad persisten en esa tendencia, con mayor o menor acierto. ¿Os habéis fijado que, en general, todas esas gemas aparecen en personajes de unas épocas determinadas?, ¿habéis pensado que de los imperios más longevos de la historia, egipcios y chinos, apenas hay constancia de estas maravillas?

Incluso de la larga historia de Grecia, casi 500 años de poder, tampoco nos han llegada testimonios en este aspecto; solo a su finalización aparecen los persas, con su gusto por estas rarezas, y su continuación en el imperio romano. Estamos pues hablando del entorno del año 0, siglo arriba o abajo, en el que casualmente, empiezan los albores de la alquimia/cristalografía ya que, después del citado Teofrasto del siglo IV (aC), hasta Plinio el viejo y su Historia natural (mediados del siglo I dC) no hay apenas referencias sobre las gemas.

Ya Nerón utilizaba una esmeralda tallada para mirar en el circo, ¿sabéis por qué? Pues el citado Plinio contaba que “…en verdad no hay color más agradable…… cuando se la mira con atención descansa la vista enseguida. Pues, incluso después de haber forzado vuestra vista…podemos recuperar el estado normal mirando una esmeralda

Después de haber leído a los profesores Amorós y Arribas, y de plantearme alguna de las preguntas anteriores sobre la historia de las gemas, curioso como soy, me adentré en los arcanos que pudiesen explicar la presencia de grandes gemas en unas determinadas épocas de la historia. Mi hipótesis de partida era que estaban hechas por alquimistas. Me centré en la lectura de algunos de los textos de algunos alquimistas europeos y árabes de los siglos X a XVII en los que se tratase, de algún modo, sobre gemas y descubrí, debo confesar que así lo esperaba, que algunos de ellos describían procedimientos para hacer crecer cristales, esos grandes cristales que engalanaban reyes y provocaban el oficio de pirata.

Algunos de esos procedimientos no voy a describirlos aquí por dos razones; primera: son lo suficientemente oscuros y exotéricos para ser  irreproducibles, o bien nombran componentes que son completamente imposibles de localizar, bien porque no existan, bien porque no se sabe a qué se refiere el autor. Por ejemplo, ¿cómo se puede conseguir el quinto fuego, que según se dice, “constituye uno de los misterios más impenetrables del arte magno, ya que se trata de un fuego de la energía cósmica y que interviene en toda la extensión de la gran obra”?

Más sencillo, aunque no fácil, es lograr o construir otros utensilios necesarios para la fabricación del polvo esencial y el crecimiento de gemas, como el atanor (descrito, por ejemplo, en un documento del siglo VIII por Jabir ibn Hayyan al-sufí), u objetos como el huevo filosofal o el sello de Hermes para su cerrado hermético.

Como decía hay una segunda razón para no describir, al menos en detalle, los procedimientos, o, mejor dicho, un procedimiento. Es muy sencilla: he conocido uno que funciona. Estaba yo repasando un raro librito de principios del segundo milenio (no seré más preciso) traducido al francés y reeditado a finales de ese mismo milenio. Solo diré que procedía de una iluminada transcripción al latín de una anterior obra árabe. Posiblemente algún laborioso monje dedicó una parte de su vida a ello. Se describe en ella, entre otras cosas, como cristalizar algunas gemas nobles, tales como diamantes, rubíes, zafiros, aguamarinas y esmeraldas, consiguiendo una limpieza y calidad óptimas.

Siguiendo con la investigación di en conocer a un actual alquimista ya iniciado en los procesos de la gran obra (no creáis que es cosa rara, hay bastantes, sobre todo entre químicos y farmacéuticos) al que le comenté lo que en mi librito había leído. Se interesó en el tema (él solo se dedicaba a la búsqueda de la piedra filosofal en dos de sus vertientes: médica y transformadora de metales en oro) y me tomó como ayudante para tratar de seguir alguna de las recetas descritas.

Lo que en primer lugar nos pareció más fácil de seguir era la fórmula para los diamantes, después de todo el componente principal, el carbón, es muy fácilmente asequible. El procedimiento de fabricación de diamantes industriales no es ningún misterio para la técnica hoy en día; gran número de herramientas utilizan este tipo de cristal. Incluso algunos quizá recordéis unos anuncios en los que una empresa ofertaba convertir el cuerpo de nuestros seres queridos en diamantes (una vez fallecidos, por supuesto); está claro que en vivo, todas nuestras parejas, hombres o mujeres, son verdaderas joyas (algunos o algunas en bruto, eso sí).

No me refiero a procedimientos que involucren las altas presiones y temperaturas que necesitan esos procesos, sino a un procedimiento más sencillo con el que se pueden conseguir cristalizar gemas a presiones y temperaturas normales, junto con algunos ingredientes asequibles y un par de ellos de más difícil  destilación. Como antes dije, empezamos por los diamantes y cuando ya teníamos un par de ellos, uno de 0.5 quilates (el primero) y otro de unos 2 quilates y comprobamos que funcionaba, nos pasamos a otras labores que suponíamos también sencillas.

Después de recoger un montón de latas de refrescos y otros bebedizos varios como componente imprescindible (necesitábamos aluminio y os recuerdo que tanto zafiros como rubíes no dejan de ser corindón, es decir, óxido de aluminio, con una dureza 9, algo menos que el diamante), logramos hacer unos cuantos de tamaños lenteja, garbanzo y nuez, con lo que nos dimos también por satisfechos. Ejemplares mucho más puros y a temperaturas mucho menores que como se fabrican desde principios de 1900 (con óxido de aluminio y de cromo a partes iguales en una mufla a unos 1700ºC durante unas 4 horas). Doy por supuesto que todos sabéis que los cristales originalmente obtenidos no estaban tallados; para ello solo se requieren unas técnicas que se aplican rutinariamente en joyería.

Completamente envalentonados, dejamos de lado los zafiros (por sencillos) y empezamos con las esmeraldas y las aguamarinas. Aquí el problema es mayor; son silicatos de aluminio y berilio y ya comenté la fuente de aluminio: la latería; ningún problema con el silicio: basta irse a una playa de arena blanca o, más sencillo aún, botellas de vidrio transparente, pero ¿y el berilio? Confieso que en principio se me ocurrió lo más fácil: forma parte de un mineral relativamente común en algunas pegmatitas: el berilo, que no es más que una esmeralda o un aguamarina impura. Pero que sea común no implica que sea frecuente, al menos en España, así que no nos quedó otra que comprarlos, vía internet, fundamentalmente en esas truculentas páginas donde te engañan vendiéndote minerales con propiedades curativas o maravillosas.

En 1935 un químico americano, Carroll Chatham, cristalizó su primera esmeralda sintética mediante un laborioso proceso químico que implica, no solo al berilio, aluminio, cromo y silicio, sino también otros componentes como litio, molibdeno y vanadio, además de un tiempo de cristalización muy largo para lograr cristales de gran tamaño.

Evidentemente los antiguos alquimistas no disponían de las modernas facilidades, así que nos pusimos a ello con los métodos que ellos nos indicaban. Después de muchos intentos fallidos, conseguimos algunas piezas menores y nos lanzamos a una gran obra: en otras épocas las muchas horas de microscopio, algo menguadas ahora, pero tristemente compensadas por las muchas horas de ordenador, me han provocado, con demasiada frecuencia, un cansancio ocular que me dificulta disfrutar de otras de mis aficiones, la lectura y el cine, así que lie a mi colega para intentar hacer una esmeralda de buen tamaño que nos permitiesen probar los consejos de Plinio el viejo y poder ver la vida a través de un relajante cristal para así descansar nuestros fatigados ojos.  

Fue una ardua tarea; mil y un intentos fallidos; si no era la transparencia, era el tamaño; necesitábamos que el cristal tuviese un diámetro, grosor y transparencia suficientes para poder mirar a través de él plácidamente. Por fin, tras mucho tiempo, conseguimos una piedra que, tras su talla, tiene unas dimensiones finales de  unos 7x7 centímetros y 2 de grosor  y que utilizo como lente ocular relajante; aunque es de buen tamaño, aún queda lejos de la mayor que obtuvimos.

Cuando habíamos logrado todo eso, en un tiempo que a mí me pareció que apenas habían transcurrido minutos, y nos disponíamos a mayores hazañas retomando los que eran sus objetivos iniciales, tales como una mejor y más larga vida y la trasmutación de metales en oro,  desperté y, para que no se me olvidara este sueño, decidí plasmarlo en papel por si alguna vez alguien me pedía que le contase una historia alucinante.

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