La boina
Curioso adminículo éste. Un trozo de paño con forma de
platillo circular invertido rematado en un rabito central de dudosa finalidad y
utilidad. Generalmente negra, aunque puede ser de varios colores: rojo, azul,
verde. Nunca he visto una marrón o blanca, lo que, evidentemente, no quiere
decir que no existan. Su tamaño es variable, entre casi ajustada al diámetro de
la cabeza, hasta las exageradas boinas vascas, volando aleros hasta casi
parecer paraguas personales. A mi padre siempre lo recuerdo con boina, ni tan
justa ni tan volandera.
Por lo que se refiere a su función, más bien funciones,
principales son dos: proteger de los rigores del frío cuando aprieta y del
relente húmedo cuando tercia; la otra es cuidarnos del sol, sobre todo a
aquellas cabezas que han perdido su cobertura pilosa y su cuero es delicado.
Tengo para mí que existen dos tipos fundamentales de
personas en cuanto a la manera de tocarse con ella. Por una parte están los que
la usan simplemente apoyada en la cabeza o bien levemente sujeta por la tira
más rígida que la remata. La otra la constituyen aquellos que usan la boina a
rosca, aquellos que se la encasquetan y, cual tuerca cefálea, la fijan
temerosos de que un viento, aéreo o de ideas, pueda moverla.
Los primeros proceden a levantarla y rascarse debajo de
ella cuando algo novedoso les sorprende, aireando el caletre, dejando que ese
aire fresco entre y siembre, renueve o abone lo que ya estaba allí. De los
segundos mejor ni hablar; en todo caso, ante un intento de intromisión y por si
existiese el mínimo resquicio, se aferran a ella con ambas manos, para que nada
pueda entrar, ni salir claro, lo que, al fin y a lo postre, ennoblece su
disposición al no contaminar el medio ambiente; dentro de este grupo hay un
subgrupo altamente peligroso: los que usan boinas a rosca dotadas de una
membrana permeable unidireccional, que impide la entrada de novedad alguna,
pero permite la salida de toda la inmundicia que a fuego lento se cocina debajo
de ella, envenenando todo su entorno.
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