EL CISNE



     
     Níveo almohadón plumífero, turista ocasional huido a España desde los fríos  centroeuropeos, iceberg invertido en humedales y charcas, maravilla a los ojos, con un canto horrible, mezcla de gaviota y pato, que arcanas tradiciones tornan en armonía excelsa en el momento de su muerte: melodía jamás escuchada por oído humano; es un espléndido animal que adorna, cual perlas flotantes, los lagos de muchos parques, para delicia de los que los pasean. Majestuosa ave, amante mítica, orgullosa, de mirada displicente a su entorno.
     
     Su grácil nadar, como mecido por invisibles corrientes, simula bailarinas hieráticas deslizándose por la fría superficie de un espejo, y su fácil y elegante aleteo en el aire, se tornan pura torpeza cuando se desplaza por el suelo, con esos pesados andares de pato mareado, moviéndose con un balanceo de marino recién desembarcado después de larga travesía.




Cisnes blancos, australianos cisnes negros, sudamericanos cisnes mestizos de cuello negro, con sus picos amarillos o rojos, con su antifaz negro, o rojo, o sin él. Con esos cuellos estilizados, cánones de belleza africana, dibujando un corazón cuando saludan a su pareja eterna, tan flexibles que les permiten descansar en el blando colchón de su espalda; patitos feos en su infancia a los que el tiempo vuelve hermosos, estilizados cisnes en su madurez.

      Tengo para mí que, convenientemente aderezados y guisados, son comestibles.
           




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