Calentamiento global: ¿y si no hiciéramos nada?


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9 de Agosto del 2019 - Lope Calleja Escudero (Oviedo)



Reconozco una cierta obsesión con el tema del calentamiento global, también mal llamado (en mi opinión) cambio climático; en gran parte es debida a las inexactitudes, demagogia oportunista y zarandajas varias que con harta frecuencia aparecen sobre este tema. Por ello, una vez más y con un único fin pedagógico, lanzo una serie de cuestiones para tratar de dejar claros algunos extremos sobre el tema y, por otra, promover una reflexión seria y serena sobre el tema y sus consecuencias.
Solo un estúpido o un absoluto ignorante pueden negar que estemos en una época de calentamiento global. Bueno, esta afirmación puede ser un poco excesiva si tenemos en cuenta que no todo el mundo tiene el mismo acceso a la información o bien que, aun teniéndolo, es incapaz de entenderla o procesarla, incluso asistiéndole una supuesta capacidad intelectual suficiente para hacerlo.
Por otra parte, también es cierto que no todo el mundo es consciente de que ese calentamiento empezó hace algo más de 10.000 años, cuando buena parte de amplias zonas del planeta estaban heladas y que el clima que ahora disfrutamos (o padecemos) no es más que el correspondiente a este breve (de momento) periodo interglacial cálido dentro de la amplia glaciación que de manera cíclica (ciclos calentamiento-enfriamiento) está afectando al planeta en este periodo Cuaternario (desde hace unos pocos, muy pocos, millones de años).
Estos ciclos de climas más o menos cálidos y muy fríos han venido ocurriendo desde que la Tierra existe. Solo dos ejemplos. Cuando los mamíferos todavía no habían aparecido y los continentes estaban poblados de dinosaurios (entre otras bestias), los actuales polos eran zonas cálidas. Otro, hace unos 800 millones de años (Ma) la Tierra se convirtió en una bola de nieve, estado en el que permaneció durante unos 200 Ma. El deshielo posterior dio lugar a la gran explosión de vida del Cámbrico (hace unos 450 Ma).
Hoy nos angustian terribles amenazas apocalípticas con lo que puede suceder si el aumento de la temperatura media del planeta continúa. Quede claro que no me cabe duda de que la mayoría de las predicciones son ciertas (en un cierto grado). Tampoco dudo de que la aceleración del aumento de temperatura sea debida a nuestra actividad en los últimos 100 años: la quema de combustibles fósiles, la deforestación, la agricultura intensiva y el incremento de la cabaña de herbívoros con los que nos alimentamos, al modo de vida occidental y de los países que quieren alcanzarlo cuanto antes (no es de extrañar, estamos metiéndoles por los ojos solo lo bueno de nuestro sistema), amén de que puedan existir otras causas sobre las que no tenemos ningún tipo de control, como las puramente geológicas o solares que han originado y originan las variaciones climáticas a lo largo de la historia de la Tierra.
Dicho todo esto, surge la gran pregunta: ¿podemos hacer algo para frenar la velocidad de ascenso de la temperatura? Evidentemente, sí. El cese de la emisión de gases de efecto invernadero podría frenar dicho ascenso, y digo frenar, pero en modo alguno pararlo. Hoy por hoy, no existe tecnología para modificar el clima a nuestro antojo, así que nada de invertir la tendencia: frenarla como mucho. Pero ¿a costa de qué? Está claro: minimizar la emisión de gases efecto invernadero como el CO2 y el metano, pero también el vapor de agua hace el mismo efecto y, dado que el aumento de temperatura favorece la evaporación, el proceso se retroalimenta solo, sin nuestra necesaria colaboración.
¿Podemos dejar de emitir CO2 a la atmósfera? No, imposible, a no ser que dejemos de respirar y convenzamos a todos los animales a imitarnos. ¿Podemos emitir menos? Por supuesto que sí. Lo más fácil es minimizar la quema de combustibles fósiles y utilizar fuentes de energía más limpias en los casos en los que sea posible. Por ejemplo, eliminando todos los medios de transporte que utilicen petróleo, carbón o gas. ¡Vaya!, se terminaron las vacaciones a países remotos, no hay aviones, los barcos serán de vela, cierto que nos quedan los trenes eléctricos; desaparecen casi todos los coches, camiones, motocicletas, así como todas las centrales eléctricas que utilicen esos combustibles; serán necesarias otras fuentes de energía para suministrar tantísima electricidad como será necesaria para los nuevos vehículos, las viviendas climatizadas, toda la industria (del tipo que sea), toda la maquinaria agrícola (no me imagino retroceder a las yuntas de bueyes) y, por supuesto, ayudaría muchísimo que la población se redujera digamos que a la mitad de la actual, incluso menos: pasar de casi 8.000 millones de habitantes a solo 2.000 millones (por poner una cifra, es algo más de la población que se estima que había en el año 1900) sería un enorme paso en el buen camino.
No digo nada si además esos 2.000 millones se volvieran todos vegetarianos, lo que dejaría la cabaña ganadera en límites ideales de baja emisión de metano (producto derivado de su dieta herbívora), además de favorecer la repoblación de mares y océanos.
Evidentemente, esta es una solución un pelín drástica, al menos a mí me lo parece, además, insisto, no revertiría el calentamiento. Hay posibilidades menos agresivas, pero no frenarán tanto el ciclo y dudo de su efectividad a largo plazo. Y es entonces cuando me surge una gran duda: ¿qué pasaría si no hiciéramos nada? Me refiero a seguir quemando combustibles, a seguir con nuestro modo de vida de consumismo creciente, a derrochar como si no hubiese un mañana, en una palabra: acelerar aún más el aumento de temperatura para provocar el rápido deshielo del Ártico y de la Antártida, para que suba el nivel de los océanos y desaparezca parte de la tierra emergida, para provocar ese cambio que, al fin y a la postre, llegará antes o después.
Se podría aducir que los recursos de carbón, petróleo y gas (que suponen en torno a un 75% de las fuentes de energía actuales) son finitos; cierto es, pero no a muy corto plazo. No hay que olvidar que hace apenas 100 Ma los polos no estaban helados, el nivel del mar era más de 100 metros más alto y el Ártico era un vergel por el que paseaban los dinosaurios por bosques tropicales como los que dieron lugar a los depósitos de carbón que se explotan actualmente; del mismo modo están por explotar enormes recursos de petróleo y, sobre todo, gas. Así que nos quedan para unas cuantas generaciones más.
Los cambios en la temperatura, la desaparición de las masas de hielo de los polos y en la distribución de las tierras emergidas provocarán cambios en las corrientes marinas, lo que inducirá modificaciones del clima global, calentando unas zonas y enfriando otras; muchas especies desaparecerán (ya ha ocurrido con anterioridad: hace 66 Ma el 95% de ellas se extinguieron), pero la VIDA continuará y volverá a florecer con otras nuevas; también desaparecerá nuestra civilización (¿?) actual y será sustituida por otra espero que algo más sensata, pero que, irremediablemente, estará sujeta a las nuevas condiciones ambientales que rijan en cada momento y zona.
Supongo que no es necesario, pero dedicaré unas líneas a los cambios que en la economía supondrían tomar un camino de soluciones drásticas para frenar el calentamiento. Una reducción significativa del uso del transporte innecesario (por ejemplo, el turismo) significaría la ruina de muchos países (como el nuestro), el cierre de gran parte de la industria de automoción (coches, autobuses, barcos y aviones) y de toda la industria que la abastece, incluida la minería; la industria transformadora basada en el petróleo y sus derivados (incluido aquí gran parte del textil), hoteles, restaurantes y comercio asociado; bienes de equipo, en fin, no quiero seguir, pero piénsese en ello; millones y millones, cientos de millones de puestos de trabajo en todo el mundo desaparecerían de un plumazo. Piénsese en ello.
Todo esto me lleva a una última reflexión: ¿cuánto perdurará nuestro género Homo especie autodenominada sapiens? Es algo imposible de determinar. Especies anteriores del mismo género (australopitecos, denisovanos, neandertales, por ejemplo) ahora extinguidas tuvieron periodos de vida de unos pocos cientos de miles de años. Sapiens ya ha sobrepasado los 100.000, lo que puede inducir a pensar que hemos dejado atrás la etapa juvenil. Nuestro género ha evolucionado con bastante rapidez, si pensamos que empezamos hace apenas dos millones de años (hay y ha habido géneros de otros animales que han perdurado, evolucionando, eso sí, durante centenares de millones de años, para luego algunos desaparecer, como, por ejemplo, los grandes saurios, devenidos por mor de la evolución en las actuales aves).
Así que disponemos de datos que parecen esperanzadores: somos un género bastante joven, con un cierto nivel de inteligencia, animales sociales con conductas que permiten suponer una alta probabilidad de persistencia. Por otro lado, el hecho de la rápida evolución y la extinción de TODAS las especies anteriores de nuestro género (somos el único actualmente constituido por una sola especie) es, cuando menos, preocupante. ¿Será sapiens un recuerdo como el “Homo habilis”? Quizás un fósil a estudiar dentro de, no sé, 10.000 o 100.000 años, cuando nos haya sucedido el “Homo tecnologicus” u otra especie en parte humana y en parte máquina, el “Homo plus” de Frederik Pohl.
Muchas de las cosas que hoy nos parecen ciencia ficción serán realidad, como algunas de las que ahora disfrutamos (o padecemos) lo fueron hace menos de 100 años. Los viajes al espacio son una realidad. Cuando escribo esto (julio de 2019) estamos celebrando el cincuentenario de la llegada del hombre a la Luna. Podemos salir del planeta, pero ¿para llegar adónde? La física nos pone un límite muy claro a nuestra posible velocidad máxima de desplazamiento; eso hace que las enormes distancias que nos separan de otras estrellas con planetas “habitables” (estamos hablando de decenas de años a velocidad luz) en la práctica impiden su colonización en unos cuantos centenares o miles de años (siendo optimista).
Esas maravillosas novelas, series, películas que nos muestran los desplazamientos a velocidades mayores que la de la luz, con saltos al hiperespacio, con traslaciones de personas y cosas de un lugar a otro descomponiéndolas y volviendo a materializarlas, son energéticamente imposibles (volvemos a Einstein: E=mc2), así que estamos condenados a movernos entre la Tierra y los planetas próximos y sus satélites, a los que los viajes son a escala humana (meses o años actualmente, excepto a la Luna, más próxima). Hoy por hoy, no hay vida inteligente en ninguno de los planetas de nuestro entorno, pero sí que podrían servirnos como fuentes de suministro de materias primas varias que empezarán a ser necesarias para el desarrollo de la tecnología (esos son otros temas dignos de reflexión), aunque la posibilidad de una minería extraplanetaria es de momento solo un proyecto en algunas cabezas.
Desde un punto de vista de científico egoísta, me encantaría que los procesos de cambio (incluido el climático) se acelerasen, más que nada para ver el resultado, pero también como geólogo me encantaría ver cómo el supervolcán de Yellowstone hace explosión (eso sí sería un pasote a nivel global) o cómo en la falla de San Andrés ocurre por fin el descomunal terremoto que está por venir. Pero, teniendo una cierta conciencia global, mejor que se encuentren soluciones lo menos traumáticas posibles a los problemas, pero sin catastrofismos, resignados a un futuro inevitable y que cuando lleguen los grandes cataclismos (como Yellowstone o San Andrés y otros muchos que ocurrirán) se pueda salvaguardar al mayor número posible de seres vivos.
Salud y fuera angustias.


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