LAS SALAMANDRAS



Ayer, por fin, volvieron las salamandras. Después de una tarde tormentosa, rayos, truenos, viento y agua, la noche amaneció agradable. Un poco antes de las 10 Berta me llamó y me dijo, asustada, que acababa de ver una salamandra en la mitad del camino de losetas que separa (o une, según se mire) la entrada de la finca y la casa. Buena noticia para mí; me encantan, creo que son animales bellos, con sus colores negros y amarillos, tranquilos, un poco patosos en su desplazamiento y completamente inofensivos e inocuos para las personas.

En la actualidad gozan de una inmerecida mala fama, sobrevenida por los bulos que desde las profundidades del siglo X los “sabios” de la época les atribuían: que si envenenaban el agua, que podían secar un árbol con su veneno, provocar la lepra por simple contacto y lindezas por el estilo. En siglos aún anteriores se los tenía por animales mitológicos, que soportaban el fuego y eran capaces de apagarlo con solo situarse sobre él (eso decía, entre otros, Aristóteles), es más, en la mitología griega se las consideraba como las hadas más antiguas, incluso anteriores a los dioses y dadoras del fuego, robado por ellas en el infierno. Esta acepción de animal ignífugo lo ha convertido en un asiduo motivo en muchos escudos heráldicos.

 No, no soy un experto en salamandras, pero si se tiene curiosidad y un poquito de tiempo se pueden leer cosas sobre los temas que interesen; lo que si soy es un compulsivo lector, así que a leer de todo; de hecho, mientras escribo esto me viene a la memoria un libro digerido tiempo ha titulado “La salamandra” escrito por Morris West (creo que en la década de los setenta, al menos por esas fechas lo leí por primera vez, y creo que a principios de los dos mil otra y como no tengo gana ahora de dejar de escribir y consultarlo diré –escribiré- algo de lo que recuerdo).

Trata de una conjura en la Italia de esos años de políticos, militares y gente de las finanzas para establecer un régimen dictatorial. Recuerdo que me enganchó desde el principio, muy interesante, de lectura amena y ágil, sabroso y recuerdo el nombre del militar-detective protagonista Dante Alighieri Matucci y que aparecían toda una serie de personajes de alta cuna italiana, príncipes, comendatores, financieros, ministros y también agentes secretos, y no desvelo más. Recomendable de todo punto y que me dejó un agradable regusto en el paladar.

Vuelvo a mis salamandras. Son anfibios (por cierto uno de estos días atrás leí en la prensa sobre la existencia del representante de ese grupo de mayor tamaño: ¡una salamandra china de dos metros de largo!) de costumbres nocturnas y frecuentes en el otoño invierno en los días más húmedos. Mis vecinas, las de la foto, creo que pertenecen a la especie salamandra salamandra bernardezi (gracias una vez más al nunca bastante ponderado san google) y son bastante grandes, casi quince centímetros y están gorditas (deben de ser hembras). Un último apunte: esas estufas de hierro con patas que reciben también ese nombre fueron inventadas por Benjamín Franklin en 1742 y parece ser que les puso ese nombre porque la vista del fuego por la rejilla que tienen en la panza se lo sugirió (ya sabéis de donde lo saqué). Por cierto en Asturias se les llama también sacaveras (así las llamaba yo de niño).

A pesar de todo lo anteriormente dicho sobre su mala/buena fama, no sé por qué no me parecen animales comestibles bajo ninguna posible preparación.


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