LAS SALAMANDRAS
Ayer,
por fin, volvieron las salamandras. Después de una tarde tormentosa, rayos,
truenos, viento y agua, la noche amaneció agradable. Un poco antes de las 10
Berta me llamó y me dijo, asustada, que acababa de ver una salamandra en la
mitad del camino de losetas que separa (o une, según se mire) la entrada de la
finca y la casa. Buena noticia para mí; me encantan, creo que son animales
bellos, con sus colores negros y amarillos, tranquilos, un poco patosos en su
desplazamiento y completamente inofensivos e inocuos para las personas.

No, no soy un experto en salamandras, pero si
se tiene curiosidad y un poquito de tiempo se pueden leer cosas sobre los temas
que interesen; lo que si soy es un compulsivo lector, así que a leer de todo;
de hecho, mientras escribo esto me viene a la memoria un libro digerido tiempo
ha titulado “La salamandra” escrito por Morris West (creo que en la década de
los setenta, al menos por esas fechas lo leí por primera vez, y creo que a
principios de los dos mil otra y como no tengo gana ahora de dejar de escribir
y consultarlo diré –escribiré- algo de lo que recuerdo).
Trata
de una conjura en la Italia de esos años de políticos, militares y gente de las
finanzas para establecer un régimen dictatorial. Recuerdo que me enganchó desde
el principio, muy interesante, de lectura amena y ágil, sabroso y recuerdo el
nombre del militar-detective protagonista Dante Alighieri Matucci y que
aparecían toda una serie de personajes de alta cuna italiana, príncipes,
comendatores, financieros, ministros y también agentes secretos, y no desvelo
más. Recomendable de todo punto y que me dejó un agradable regusto en el
paladar.
Vuelvo
a mis salamandras. Son anfibios (por cierto uno de estos días atrás leí en la
prensa sobre la existencia del representante de ese grupo de mayor tamaño: ¡una
salamandra china de dos metros de largo!) de costumbres nocturnas y frecuentes
en el otoño invierno en los días más húmedos. Mis vecinas, las de la foto, creo
que pertenecen a la especie salamandra
salamandra bernardezi (gracias una vez más al nunca bastante ponderado san
google) y son bastante grandes, casi quince centímetros y están gorditas (deben
de ser hembras). Un último apunte: esas estufas de hierro con patas que reciben
también ese nombre fueron inventadas por Benjamín Franklin en 1742 y parece ser
que les puso ese nombre porque la vista del fuego por la rejilla que tienen en
la panza se lo sugirió (ya sabéis de donde lo saqué). Por cierto en Asturias se
les llama también sacaveras (así las llamaba yo de niño).
A pesar
de todo lo anteriormente dicho sobre su mala/buena fama, no sé por qué no me
parecen animales comestibles bajo ninguna posible preparación.
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