JAVIER MARÍAS. BERTA ISLA



             Otra novela-río. Va a tener razón mi querida amiga Carmen cuando dijo una vez que “el que nace lechón muere cochino”; digo esto porque, a pesar de mi prevención a los tochos de muchos cientos de páginas, parece que estoy maldito a tener que leer (eso sí, con sumo placer en algunos casos) las diarreas escritoras de algunos autores. ¿Acaso soy culpable por algún desconocido y grave desatino y mi penitencia es cargar (en el sentido literal de la palabra) con tomos de más de quinientas páginas?

            Va a ser que sí. En la recámara tengo otros tres libros que cumplen la maldición para prolongar mi penitencia: Perfidia y Esta tormenta de James Ellroy y Moby Dick de Herman Melville (sí, ¿qué pasa?,  nunca había  tenido en mis manos ese gran clásico, uno también es imperfecto y tiene sus lagunas).

            Volviendo al principio. Novelón (dejando de lado la, creo yo, excesiva extensión) de Marías, con algunas reflexiones maquiavélicas muy interesantes.

“Si el enemigo no lo hace, el que conserva los escrúpulos pierde, está condenado. Ese concepto moderno de ‘crímenes de guerra’ es ridículo, es estúpido, porque la guerra consiste sobre todo en crímenes, en todos los frentes y del primer al último día. Así que una de dos: o no se libran, o hay que estar dispuesto a cometer los crímenes que surjan, los que se tercien para alcanzar la victoria, una vez se han empezado”.

       Evidentemente los criminales de guerra siempre están en el bando de los perdedores; lo ganadores son los libertadores, los patriotas, al menos durante un tiempo. ¿Alguien se imagina a Truman, presidente de los Estados Unidos de Norteamérica cuando se lanzaron las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, juzgado como criminal de guerra? No, claro, pero en dos días masacró a más de ciento cincuenta mil personas, en su inmensa mayoría civiles japoneses, hombres, mujeres y niños. ¿Alguien se imagina a los dirigentes de los aliados vencedores, juzgados por haber masacrado a inocentes civiles cuando se bombardearon al final de la segunda guerra mundial las ciudades alemanas? Pues eso. Pueden cambiarse las nacionalidades, las fechas, las causas, pero las matanzas siempre serán solo eso, matanzas.

A pensar en ello, toca entristecerse con las noticias (terribles, cierto es) de que en tal o cual guerra actual la aviación “enemiga” mató a unos cuantos civiles inocentes en una acción bélica. Es una pena que los “buenos” no les vendan a los “malos” esas maravillosas armas que ellos tienen que solo matan a soldados enemigos, pero no a cualquiera, no a los que están allí obligados so pena de fusilamiento, si no a los más malos, voluntarios que disfrutan disparando y torturando a sus rivales, los que se llevan las medallas. Y así nos pasa la vida y la historia.

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