BENJAMIN BLACK. VENGANZA
Los muertos siempre se llevan más
elogios de los que merecían, y sólo por el hecho de estar muertos.
Benjamin Black. VENGANZA, p. 93.
Editorial punto de lectura, 2015.
Realmente
no sé si me gusta más John Banville o su alter ego Benjamin Black. Las andanzas
del doctor Quirke y el inspector Hackett siempre me entretienen y encima
disfruto de la muy sabrosa escritura de Banville, así que miel sobre hojuelas,
aunque no cambio El mar (del que ya
hice un comentario en su día) de Banville
por dos de Black (en realidad no sé
si dos o tres o cuatro). Estas dos personas distintas y un solo escritor
verdadero están en el núcleo duro de mis autores preferidos; un día, si me
apetece, igual me pongo a hacer mi lista, horizontal por supuesto, sin orden ni
concierto y, también por supuesto, completamente subjetiva (sobre gustos…).
Voy
a la cita. Desde hace mucho tiempo odio los (aunque en ocasiones merecidos) homenajes
a los fallecidos, del mismo modo que odio el olvido de todas sus maldades, de
todas las felonías con que han jalonado su vida. Si alguien es digno de
admiración y loa en vida, reconózcaselo así durante ella, cuando realmente procede.
Si una persona ha sido una cabrona toda su vida, muerta será un muerta cabrona,
no habrá devenido en santa, salvo para los gusanos a los que alimente. Así que
me parecen estupendos esos homenajes como el que el festival de cine de San
Sebastián ha rendido este año a Donald Shuterland, Penélope Cruz y Costa-Gavras,
o el muy reciente Goya de honor de la Academia del cine a Pepa Flores, a todos esos
premios honoríficos, que honran (casi siempre) a quien los da y a quién los
recibe en propia mano.
Parafraseando
a Sabina, malditos los que alaban a los muertos solo después de que lo sean,
malditos sean; malditos los que se olvidan de las fechorías de los muertos cuando
lo son, malditos sean; benditos los que se regocijan con los éxitos de los vivos
mientras lo están, benditos sean, y más aún si se lo hacen saber.
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