LLUVIA
La
noche había sido de perros, en el sentido de que llovió y llovió como si no
hubiera un mañana: había que gastar toda el agua de la atmósfera YA, toda en el
mismo sitio que, casualmente, estaba justo encima de mi casa. Cuando me levanté
por la mañana tenía una verdadera piscina a la entrada, casi treinta metros
cuadrados de superficie con apenas diez centímetros de profundidad.
El
otoño casi terminado había cumplido su función a la perfección; todas las hojas
dormían ahora arrugadas, flácidas, con el
color del luto vegetal, ese amarillo-marrón que suplantaba al verde veraniego.
Claro, las hojas tras su fallecimiento son, como dijo el poeta, “juguetes del
viento”, así que llevadas por éste habían colmatado el canal de drenaje,
obstruyendo los conductos por donde debería evacuar el agua.
¡Maldito
mes de noviembre! Tanto agua tan seguida no me había dejado tiempo (hombre,
tiempo si, ganas pocas) para limpiar los desagües, así que en cuanto llegue un
día sin lluvia tengo que ponerme a ello, so pena de tener que oír (sin casi
escuchar, lo confieso) a mi mujer decirme otra vez (cargada de razón) que ya lo
tenía que haber hecho.
Paciencia,
nunca llovió que no parara.
Este es el resultado de un ejercicio que
nos pusieron en el taller de literatura el martes pasado. Teníamos que escribir
allí mismo, en el momento, un texto de acuerdo a ciertas condiciones
(diferentes para cada uno). A mí me tocó hacerlo de manera que no apareciesen
las palabras: Y, MUCHO, AUNQUE, MUCHA, DESPUÉS, PERO y DEBIDO.
Al terminar se lo entregamos a la profe;
confieso que tengo una cierta curiosidad por saber que le tocó al resto de
compañeros y cómo se las arreglaron, aunque tengo que esperar a que finalicen
las vacaciones navideñas.
Comentarios
Publicar un comentario