VIDA Y MILAGROS DE PATRICIO SOUSA (Capítulo III)
VIDA Y MILAGROS DE PATRICIO SOUSA
Capítulo III. Primeras
andanzas por la ciudad
Discurría
el fin del mes de julio, un verano que se presentaba con temperaturas
agradables y, por ello, Patricio disfrutó las primeras semanas de la aventura
de conocer la ciudad y sus gentes, ya que su primo, de general bondadoso, le
dijo que se fuese familiarizando con el entorno, conociendo algunos pormenores
del negocio, asistiendo al contable oficial para completar su aprendizaje y
haciéndose, en fin, a la vida fuera del colegio, ya que su trabajo reglado
empezaría en septiembre, teniendo a partir de entonces que sujetarse a los
horarios y servidumbres que las necesidades comerciales le depararan.
Distribuía entonces el tiempo entre todas esas actividades, bajando hasta el
puerto y las bodegas, callejeando y descubriendo con gran asombro las mil y una
maravillas que la ciudad le deparaba en cada esquina, sin descuidar pasar unas
horas, casi siempre por las mañanas, con el contable que le iba explicando los
intríngulis de la profesión.
En
sus largos paseos dio en recalar en una cafetín discreto, donde tomaba un refresco
y algún tentempié mientras hojeaba alguna de las revistas ilustradas (en
fotografías de actos sociales y personajillos de medio pelo, que no en el
sentido de la ilustración del siglo XIX) que, junto a prensa diaria,
graciosamente el establecimiento ponía a disposición de su clientela.
Quiso
el azar que aquel lugar fuese punto de reunión de una tertulia de ruidosos
caballeros que, a la vista (más bien al oído) de sus parlamentos, profesaban fe
en alguna de las facciones políticas que por aquellos tiempos entretenían el
ocio propio (y ajeno) con promesas incumplibles a la ingenua clase dirigida, es
decir, a los posibles votantes; y no es que las propuestas que salían de sus
ardientes seseras fueran imposibles, sino que nada más lejos del ánimo de los
proponentes que llevarlas a cabo, salvo que la casualidad y las circunstancias
se coaligasen para que así sucediese. En esas discusiones pasaban buena parte
de la tarde mientras nuestro amigo Patricio los miraba ora embobado sin
entender ni papa, ora asombrado de la suma sabiduría de los tertulianos.
Cierto
día, estando él sumido en los arcanos de las tempestuosas relaciones entre un
actor famosillo y la rica descendiente de una familia de tenderos adinerados, explicadas
pormenorizadamente en el semanario ilustrado
“La vie en rose”, uno de los asistentes al foro se dirigió a él inquiriendo
su opinión sobre uno de los múltiples asuntos de alta política sobre los que
debatían, más que nada porque no se ponían de acuerdo sobre lo que el pueblo
llano pensaría del tema. Patricio, que si bien lento de entendederas, tímido no
era, les contestó que ni él tenía idea del tema ni que antes nadie en la calle
o en casa se hubiese preocupado por tal asunto en su presencia. Quedaron todos
asombrados por la respuesta, turbados en parte e incómodos al pensar que tan
alejados estaban de las preocupaciones del pueblo llano.
Interrogaron
a Patricio sobre su edad y condición, así como el oficio que tenía para ganarse
el sustento, a lo que éste dio cumplida cuenta; animáronle a formar parte de su
grupo, más que nada por tener a alguien que pudiese ayudarles a poner los pies
en el suelo desde las altas nubes en que se movían; acepto nuestro hombre y,
desde entonces, todos los días participaba (más que nada escuchando) en los
debates, con lo que fue aprendiendo los nombres y ocupaciones de los
integrantes así como algunas ideas que fueron sedimentando lentamente en su
casi virginal mente.
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