EL GRAN PIRELLI. JULIO RODRÍGUEZ.




          
  Después de la saturación de Ellroy decidí darme un descanso con algo “ligero”, un divertimento, algo amable, como desintoxicación y con lo que pasar un buen rato. Siguiendo un consejo de Francisco García Pérez en uno de sus artículos, puse mesa y mantel para El gran Pirelli, de Julio Rodríguez, que además de poeta y novelista es, entre otras cosas,  profesor de la Universidad de Oviedo (nadie es perfecto).

            Hace muchos años leí por primera vez El misterio de la cripta embrujada de Eduardo de Mendoza y seguí a su atípico detective a lo largo de toda la saga de novelas en las que Mendoza le hizo protagonista; llegué a regalar en más de una ocasión ese libro y su continuación (El laberinto de las aceitunas) a amigos y conocidos no iniciados con el único fin de hacer proselitismo del autor y de su personaje.

            Pues bien, aquí tenemos a Julio Rodríguez con otro detective anormal, anormal en el sentido de extraño, de fuera de la normalidad, de infrecuente, entiéndaseme bien. Para mí, otro personaje más continuador de la larga saga de la picaresca iniciada con el Lazarillo. Divertido entrante, ligero, que te deja con hambre, con ganas de más. Montones de frases ingeniosas, así que me veo en la triste duda de qué entresacar y no me queda otra que tomar una resolución dolorosa, entre ninguna y todas me quedo, por imperativo legal, con ninguna.

Bueeeeno, transcribo solo una, la que cierra el libro:

… a los grandes delincuentes, como a los grandes políticos, acostumbra a escoltarnos la policía. Sólo que a ellos los llevan adonde quieren ir. “Mierda de vida”.

            Post scriptum: Creo que el autor no ha tenido en cuenta que, afortunadamente, hace unos años que de entre esa subespecie humana llamada políticos, a algunos ejemplares (todavía pocos para mí gusto) la policía los ha conducido adonde no querían ir, aunque me temo que no haya sido para ejemplo de pares ni escarnio de colegas.

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