VIDA Y MILAGROS DE PATRICIO SOUSA (Capítulo V)


VIDA Y MILAGROS DE PATRICIO SOUSA

Capítulo V. De las mujeres.

Volviendo al asunto de las faldas, Patricio, a pesar de tener ya cumplidos oficialmente los cuarenta (no es vano recordar que en realidad estaba empezando la veintena) aún no conocía mujer. Una cierta timidez, más por falta de trato con ellas que por natural, le impedía, las más de las veces, trabar conversación, en ocasiones porque las que le igualaban en edad real le veían demasiado mayor para ellas, mientras que él consideraba demasiado talluditas a las que tenían su edad oficial. Mal asunto en cualquier caso que estaba empezando a dar que hablar, muy quedamente eso sí, al personal de su entorno y constituía un punto de preocupación para él. Por dar un primer paso en el asunto, leyó algún libro sobre el tema prestado por la biblioteca pública, asistió a un par pases cinematográficos de películas expresamente calificadas como para adultos (vulgo X) y, como colofón, informose de las casas de lenocinio de buena reputación con el fin tener un mínimo de práctica en los ejercicios corporales básicos.

Armado, según él creía, de los conocimientos teóricos y prácticos imprescindibles para comenzar la singladura en esos casi desconocidos mares (solamente las pinceladas teórico-prácticas hace un momento citadas), se lanzó a la observación discreta de posibles candidatas. Descartadas las cuarentonas (que como ya ha quedado dicho él consideraba demasiado mayores) y las veinteañeras que a él ni le miraban, decidió que el “nicho ecológico” adecuado estaría formado por señoritas solteras, viudas o divorciadas (no hacía reparos a su condición actual ni pasada) de edades comprendidas entre los 25 y 35 años.

Una vez decidido esto, se le planteó otro problema: ¿Dónde encontrar candidatas?; en su trabajo de todo punto imposible, ya que la práctica totalidad del tiempo lo pasaba en el cuchitril de la trastienda, anexo al almacén y a los archivos, donde se llevaban las cuentas, prácticamente ajeno al ir y venir de clientes y deudos del negocio. En el cafetín que frecuentaba, sede de las mejores cabezas pensantes porteñas, apenas entraban mujeres y, si lo hacían, siempre estaban acompañadas por caballero, con o sin infantes. Dado que salvo algún que otro paseo sin rumbo determinado, no frecuentaba más lugares, pensaba y repensaba dónde y cómo podría trabar trato con mujer alguna.

Estaba un día distraído en estos pensamientos nuestro Patricio, cuando su compañero de celda, perdón, despacho, es decir el contable, al que ya va siendo hora que se le ponga nombre: don Afonso, le pregunto en qué cuitas andaba; contole Patricio su determinación de buscar pareja y sus pesares sobre el modo y manera de poder hacerlo, sin ocultarle ninguno de los pasos preparatorios que hasta ahora había dado.

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