VIDA Y MILAGROS DE PATRICIO SOUSA Capítulo VI.
VIDA Y MILAGROS DE PATRICIO SOUSA
Capítulo
VI. Más de mujeres.
Quedó pensativo Afonso y, en parte, asombrado
de la bisoñez de ese hombretón con cuerpo de cuarenta años, sentido común y
cabal para los números y mente de poco más de quince en este tema y resolvió
darle alguna vuelta a una idea que acababa de ocurrírsele, pero que, por
fuerza, había de consultar con su mujer, ya que ésta, procedente de una
población próxima a Chaves, cercana a la raya norte con España, tenía allí una
hermana con una hija soltera, a la que ya había dejado en tierra el barco del
casamiento, pues a los treinta años cumplidos (y dos más también) aún nadie
había propuesto matrimonio, circunstancia ésta que en esos tiempos y lugares ya
daba en el decir de los convecinos que se quedaría para vestir santos o, como
opción alternativa, desvestirlos, por pasar a ser asistenta del cura de alguno
de los de los pueblos vecinos (empleo
éste generalmente muy mal pagado y en el que a lo más que podían ascender las
que en esos quehaceres se ocupaban era a la categoría de “sobrinas” del padre
de turno).
Esa
noche, de vuelta a casa y después de la cena, habló Afonso con su señora y
entrambos decidieron que no era mala opción (si se llegaba a un acuerdo) ya que
así resolverían por lo menos dos problemas. Al día siguiente, tomada la
resolución, llamó la señora de Afonso a su hermana, le contó, con pelos y
señales y a lo largo de conferencia telefónica que se demoró algo más de dos
horas (no en vano hacía casi diez días que no hablaban y tenían que ponerse al
día) acordaron no decir nada a la moza
de sus planes, pero, eso sí, invitarla a pasar una temporada en Porto en casa
de sus tíos (no era cosa desacostumbrada) y que ya estos harían porque ambos jóvenes
trabaran conocimiento. Así quedó acordado, así lo comunicó su madre a Celeste
(así se llamaba la moza) y así Celeste un par de días después, pertrechada con
una maleta y algún bulto extra con productos cárnicos producto de la matanza
casera del cero, amén de una botella del orujo que destilaba su buen padre en
el alambique que en todas las casas de la zona era instrumento común y de uso
frecuente en el otoño, tomó el autocar de línea que unas horas más tarde había
de dejarla en Porto.
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