PETER HANDKE. Lento regreso




            El fin de semana terminé de tragar mi primer Peter Handke. Digo mi primer porque tengo otro en la recámara. Espero que más ligero. Plato de difícil digestión y con un trabajo previo de masticación importante. Casi 200 páginas para las que necesité cuatro sesiones de intensa concentración. Momentos de placer (pocos) y de desconcierto total (los más), así que el resultado final es: no sé. Para desintoxicar las papilas gustativas estoy degustando algo de la historia de Roma, algo ligero, nada  demasiado fuerte, ya que el viernes próximo, después de la reunión del selecto y exclusivo club de lectura de Olivares, empezaré a probar el segundo Handke, de momento digo segundo, no me atrevo a decir último, nunca se sabe. Ver veremos, después de todo le han dado un nobel y tantos mejores lectores y entendidos que yo no pueden estar equivocados, ¿o sí?, no sé, este mundo es muy raro.

            Como muestra para no iniciados, transcribo un párrafo cualquiera, sin escoger, abrí el libro por donde el azar decidió.

            Al final de la jornada de trabajo, en la casa de madera pintada de color gris claro, con tejado empinado, a dos aguas, situada en el lindero de la colonia, habitada fundamentalmente por indios, allí, lejos, en el Gran Norte del otro continente, en una casa que le servía a él y a su colega Lauffer de laboratorio y a la vez de vivienda, había puesto fundas a los microscopios y a los prismáticos –que usaba de un modo alternativo- y, con el rostro todavía torcido de tanto mirar por unos y por otros, atravesando como por un corredor de descanso el espacio episódico originado por la luz del ocaso y las semillas de los matorrales de álamo que flotaban en el aire con la blandura de la lana, se había dirigido hacia su “playa”.

            Pues 183 páginas así.

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