VIDA Y MILAGROS DE PATRICIO SOUSA Capítulo VII.



VIDA Y MILAGROS DE PATRICIO SOUSA

Capítulo VII. De perdidos al río.

            Cuando la familia se enteró de la nueva, más pasmados que sorprendidos, empezaron a mirar a Patricio con otros ojos. Su primo Joao le subió el sueldo unos cuantos escudos y tuvo a bien registrarlo (por fin) en el servicio nacional del seguro médico, darlo de alta como trabajador y empezar a tributar por él en la hacienda pública, no fuera a ser cosa que saliese elegido y tuviera que dar cuenta de su modus laborandi en foros más públicos; también le asignó (de momento y en previsión de posibles visitas) una nueva ubicación en la casa. Pasó a ocupar el ala derecha de la tercera planta, con una excelente orientación noroeste, parte trasera de la casa a resguardo de la incómoda luminosidad con que las orientaciones sureste deslumbraban a sus ocupantes, amén de los calores que el inclemente sol proporcionaba; constaba de dos estancias, en un tiempo almacén de géneros perecederos, y un baño completo, incluso con bañera, que tiempo atrás había servido como vivero de los afamados cangrejos del río Douro portugués (ahora desaparecidos por la invasión malhadada de sus primos los cangrejos americanos).

            Hechos los oportunos arreglos, consistentes más que nada en eliminar toda la costra de suciedad que había invadido suelos, paredes, techos, ventanas y sanitarios, un lúcido y encalado, reparación general del sistema eléctrico, tuberías y grifería del baño, tareas a las que nuestro buen hombre se dedicó con esmero varios días, después de cumplidas sus obligaciones laborales y políticas (más exacto sería si puntualizásemos que varias noches, pues ese era el tiempo de que disponía), con el remate final de unas cortinas que ocultasen a foráneos ojos indiscretos el interior de las habitaciones y baño y, sobre todo, a los posibles visitantes los trastos y cachivaches varios que poblaban el patio que se encontraba inmediatamente adyacente tres pisos más abajo, campo de batalla frecuente de aguerridos gatos enfrentándose a hordas de ratas que se paseaban insolentes por entre la maraña que constituían los citados deshechos y la frondosa vegetación salvaje que se había adueñado del otrora florido y exuberante jardín.

            El partido proveyó a todos los candidatos de un kit formado por los materiales imprescindibles para tratar de llevar a buen puerto la intención de seguir disponiendo de los, todavía, abundantes fondos de la ciudad, mediante un nuevo asalto al gobierno consistorial que, si bien preveían inicialmente abocado al fracaso, no desesperaban en repetir, al contar con la poca memoria colectiva del electorado, la inercia del mismo y, como no, la lluvia de promesas de todo tipo con las que iban a regar las cándidas orejas de los electores, y así alcanzar un número de incautos suficientes para mantener los ediles necesarios para continuar en la brecha.

    El antes citado kit consistía en un montón de documentos con información de muy variada índole, desde cómo vestirse en función de los diferentes actos públicos, las poses a adoptar, los lemas a repetir, fotos y una brevísima biografía de personajes con una cierta capacidad de influencia en determinados ambientes (desde sindicalistas, empresarios, círculo de damas por el ferrocarril, amigos de la bicicleta estática, bebedores compulsivos de  vino de porto auténtico –sección renovada- y así hasta un centenar de variopintas asociaciones y grupos), donde, cuando y con quién dejarse ver, a que medios conceder largas entrevistas o solo mínimos eslóganes, una colección de frases a soltar a la mínima ocasión, viniesen o no a cuento y, claro está, el ideario “oficial” del partido, amén de una colección de insignias de solapa (pines las llaman ahora) que ponerse en función de los destinatarios del mitin.

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