ALQUIMIA Y CRISTALES.
ALQUIMIA
Y CRISTALES.
Voy a contar una historia que no dudo en
calificar de curiosa y en parte alucinante, aunque me temo que la introducción
será bastante prolija. Es un resumen amplio de una charla que di en la Facultad
de Geología de la Universidad de Oviedo, con motivo de la graduación de los
estudiantes de la promoción 2014.
2014 fue el año internacional de la Cristalografía.
Aunque parezca mentira es una de las
disciplinas más antiguas dentro de la Geología. Me explico. En los albores de
este milenio cayó en mis manos un curioso libro: “La fascinante historia de la alquimia”,
escrito por un ilustre catedrático de Química analítica de la Universidad de
Oviedo: Siro Arribas Jimeno, en 1991, por aquel entonces ya profesor emérito.
Fue
para mí un placer casi pecaminoso devorarlo y descubrir que existen pruebas
documentales, ya desde el siglo I aC, sobre ese, en aquel entonces, oscuro
arte. Bolos Demócrito, alquimista egipcio, nos legó su “Física y mística”
escrito en griego en aquel lejano tiempo, en el que ya se habla del tema.
Más
adelante hay constancia escrita de ilustres personajes a lo largo de toda la
historia que practicaron la alquimia, algunos sobradamente conocidos por muchos
de nosotros, aunque quizás sin relacionarlos con esa faceta. ¿Quién no ha oído
o pronunciado la expresión “baño maría” que relacionamos como una práctica
culinaria? Pues es el resultado de los experimentos alquímicos de María la
judía, griega del siglo III dC; qué decir de Avicena, Maimónides, san Alberto Magno,
santo Tomás de Aquino, Raimundo Lulio, Paracelso, o, ya por llegar al siglo 20
y a la actualidad, el francés Fulcaneli, autor de “El misterio de las
catedrales” y de “Las moradas filosofales”.
Pues
bien, ¿cuáles eran algunas de las finalidades de los alquimistas?: encontrar o
descubrir, como queráis, mixturas, tinturas, productos, que les llevasen a una
larga vida, a la sabiduría o a algo tan prosaico como convertir metales en oro.
Y para ello sus procedimientos consistían en realizar todo tipo de disoluciones
y cristalizaciones de cualquier tipo de materiales en condiciones “exóticas”:
conjunciones planetarias, horas determinadas, equinocios, etc.
A
algunos de nosotros, los que nos autodenominamos personas cabales, pueden
parecernos tonterías, pero no para ellos. Por ejemplo, la obtención de la
piedra filosofal que permitiría la transmutación de metales en oro. El citado
Fulcanelli (nacido en 1839 y del que no se tiene noticia de muerte), dijo haberla
conseguido en 1922, y la describe como un cuerpo cristalino, diáfano, de color
rojo, amarillo después de la pulverización, denso y muy fusible, etc., es decir,
un cristal, aunque también nos dice que cuando se excede el límite de la
multiplicación de fusiones, cambia de forma y no recobra el estado cristalino
al enfriarse, tornándose en un fluido absolutamente incoagulable.
A
estas alturas quizás alguno os preguntareis qué relación tiene todo esto con la
Cristalografía. Posiblemente los más viejos del lugar, muy mayoritariamente
profesores, recuerden a un ilustre cristalógrafo, el profesor Amorós y un libro
suyo, “La gran aventura del cristal”, en el que se
nos retrotrae aún más el nacimiento de la Cristalografía, hasta el año 315 aC,
en un documento escrito por Teofrasto, discípulo de Aristóteles y, por ende, de
Platón, “Peri liton” (“De las piedras”) describió unas 50 clases de piedras
(minerales) y tierras (rocas). Tenía curiosas teorías en las que considera a
ciertas piedras como hembras y otras como machos. Como veis cuestiones actuales
que hace casi 2500 años también se planteaban; desde Platón y sus discípulos. Dentro
de un momento uniré el maravilloso mundo de los cristales y la alquimia. Dejadme
alguna pequeña digresión histórica más.
De
entre todos los cristales, los que más han llamado la atención al género humano
han sido (salvo alguna excepción generalmente localizada en el campo de los
perturbados geólogos) las gemas: esmeraldas, rubíes, aguamarinas, diamantes,
zafiros, aparte de algunos metales, como el oro o la plata. Si cerramos los
ojos y nos imaginamos los cofres de los tesoros de los piratas o los contenidos
en la cueva de Ali-baba ¿que vemos? sí: monedas de oro y enormes rubíes,
esmeraldas, brillantes, sueltos o adornando coronas, magnificas tiaras,
relucientes herretes, colgantes.
Pero,
¿es diferente la realidad? ¿nunca os habéis fijado en el tamaño y brillo de las
gemas con que reyes, papas, sultanes, emperadores, de Europa, Arabia o la India
aparecen en los retratos en que pintores o grabadores los plasmaron? ¿Os habéis
fijado que, en general, todas esas gemas aparecen en personajes de unas épocas
determinadas?, ¿habéis pensado que del imperio más longevo de la historia,
Egipto, no hay constancia de estas maravillas?
Incluso
de la larga historia de Grecia, casi 500 años de poder, tampoco nos han llegada
testimonios en este aspecto. Solo a su finalización, cuando aparecen los persas
con su gusto por estas riquezas, y su continuación en el imperio romano. Estamos
pues hablando del entorno del año 0, siglo arriba o abajo, en el que casualmente,
empiezan los albores de la alquimia/cristalografía ya que, después del citado
Teofrasto del siglo -IV, hasta Plinio el viejo y su “Historia natural”
(mediados del siglo I) no hay apenas referencias sobre las gemas.
Pero
ya Nerón (siglo I dC) utilizaba una esmeralda tallada para mirar en el circo,
¿sabéis por qué? Pues el citado Plinio contaba que “…en verdad no hay color más
agradable…… cuando se la mira con atención descansa la vista enseguida. Pues,
incluso después de haber forzado vuestra vista…podemos recuperar el estado
normal mirando una esmeralda”. Cierto es, tengo yo una en casa que utilizo con
tal fin. Voy a dejar ahora ya la historia para adentrarme en la parte más increíble.
Después
de haber leído a los profesores Amorós y Arribas, y de plantearme alguna de las
preguntas anteriores sobre la historia de las gemas, curioso como soy, me
adentré en los arcanos que pudiesen explicar la presencia de grandes gemas en
unas determinadas épocas de la historia. Gemas que yo suponía hechas por
alquimistas. Me centré en la lectura de algunos de los textos de algunos
alquimistas europeos y árabes de los siglos X a XVII, en los que se tratase de
algún modo de gemas y descubrí, debo confesar que así lo esperaba, que algunos
de ellos describían procedimientos para hacer crecer cristales, esos grandes
cristales que engalanaban reyes y provocaban el oficio de pirata.
No voy
a describir aquí los procedimientos usados por dos razones; primera: son lo
suficientemente oscuros y exotéricos para ser irreproducibles: nombran
componentes que son completamente imposible localizar, bien porque no existan,
bien porque no se sabe a qué se refiere el autor. Por ejemplo, ¿cómo se puede
conseguir el quinto fuego? que según se dice, “constituye uno de los misterios
más impenetrables del arte magno, ya que se trata de un fuego de la energía cósmica
y que interviene en toda la extensión de la gran obra”.
Más
sencillo, aunque no fácil, es lograr o construir otros utensilios necesarios
para la fabricación del polvo esencial y el crecimiento de gemas, como el
atanor (descrito, por ejemplo, en un escrito del siglo VIII por Jabir ibn
hayyan al-sufí), u objetos como el huevo filosofal o el sello de Hermes para su
cerrado hermético.
Como decía,
hay una segunda razón para no describir, al menos en detalle, los
procedimientos, o, mejor dicho, un procedimiento. Es muy sencilla: conozco uno
que funciona. Estaba yo repasando un librito de principios del segundo milenio
(no seré más preciso) traducido al francés y reeditado a finales de ese mismo
milenio. Solo diré que era una iluminada transcripción al latín de una obra
anterior árabe de origen aún más antiguo. Posiblemente algún laborioso monje
dedico una parte de su vida a ello. Se describe en ella, entre otras cosas,
como cristalizar algunas gemas nobles, tales como diamantes, rubíes, zafiros,
agua marinas y esmeraldas, consiguiendo una limpieza y calidad óptimas.
Siguiendo
con mis pesquisas, di en conocer a un alquimista actual, ya iniciado en los
procesos de la gran obra (no creáis que es cosa rara, hay bastantes, sobre todo
entre químicos y farmacéuticos), al que le comenté lo que en mi librito había leído.
Se interesó en el tema (él solo se dedicaba a la búsqueda de la piedra
filosofal en dos de sus vertientes: médica y transformadora de metales en oro)
y me tomó como ayudante para tratar de seguir alguna de las recetas descritas.
Lo que
en primer lugar nos pareció más fácil de seguir era la fórmula para los
diamantes, después de todo el componente principal, el carbón, es muy
fácilmente asequible. El procedimiento de fabricación de diamantes industriales
no es ningún misterio para la técnica hoy en día; gran número de herramientas
utilizan este tipo de cristales “artificiales”. Incluso algunos quizá recordéis
unos anuncios en los que una empresa ofertaba convertir el cuerpo de nuestros
seres queridos en diamantes (una vez fallecidos por supuesto). Está claro que,
en vivo, todas nuestras parejas, hombres o mujeres, son verdaderas joyas (algunos
o algunas en bruto, eso sí).
No me
refiero a procedimientos que involucren las altas presiones y temperaturas que
necesitan esos procesos, sino a un procedimiento más sencillo con el que se
pueden conseguir a presiones y temperaturas normales, junto con algunos
ingredientes asequibles y un par de ellos de más difícil destilación,
cristalizar gemas. Como antes dije, empezamos por los diamantes y cuando ya
teníamos un par de ellos, uno de 0.5 quilates (el primero) y otro de unos 2
quilates y comprobamos que funcionaba, nos pasamos a los que suponíamos también
sencillos.
Después
de recoger un montón de latas de refrescos varios y otros bebedizos espirituosos,
vulgo cerveza, como componente imprescindible (necesitábamos aluminio y os
recuerdo que tanto zafiros como rubíes no dejan de ser corindón, es decir,
óxido de aluminio, con una dureza 9, algo menos que el diamante), logramos
hacer unos cuantos de tamaños lenteja, garbanzo y nuez, con lo que nos dimos
también por satisfechos. Por supuesto mucho más puros y a temperaturas mucho
menores que como se fabrican desde principios de 1900 (con óxido de aluminio y
de cromo a partes iguales en una mufla a unos 1700ºC durante unas 4 horas).
Completamente
envalentonados, dejamos de lado los zafiros (por sencillos) y empezamos con las
esmeraldas y las aguamarinas. Aquí el problema es mayor, ya que son silicatos
de aluminio y berilio. Ya comenté la fuente de aluminio: la latería. Ningún
problema con el silicio: basta irse a una playa de arena blanca o, más sencillo
aún, botellas de vidrio transparente. Pero ¿y el berilio? Forma parte de un
mineral relativamente común en algunas pegmatitas: el berilo, que no es más que
una esmeralda o una aguamarina impura. Pero que sea común no implica que sea
frecuente, al menos en España, así que no nos quedó otra que comprarlos, vía
internet, fundamentalmente en esas páginas donde te venden minerales con supuestas
propiedades curativas o maravillosas.
En
1935 un químico americano, Carroll Chatham, cristalizó su primera esmeralda
sintética mediante un laborioso proceso químico que implica, no solo al
berilio, aluminio, cromo y silicio, sino también otros componentes como litio,
molibdeno y vanadio, además de un tiempo de cristalización muy largo para
lograr cristales de gran tamaño. Evidentemente los antiguos alquimistas no
disponían de las modernas facilidades, así que nos pusimos a ello con los
métodos que ellos nos indicaban. Después de muchos intentos fallidos,
conseguimos algunas piezas menores y nos lanzamos a una gran obra. En otras
épocas las muchas horas de microscopio, algo menguadas ahora, pero compensadas
por las muchas horas de ordenador, me han provocado, con demasiada frecuencia,
un cansancio ocular que me dificulta disfrutar de otras de mis aficiones, la
lectura y el cine, así que lie a mi colega para intentar hacer una esmeralda de
buen tamaño que me permitiese probar los consejos de Plinio el viejo y poder
ver la vida a través de un relajante cristal de esmeralda para así descansar
mis fatigados ojos.
Fue
una ardua tarea; mil y un intentos fallidos; si no era la transparencia, era el
tamaño; necesitábamos que el cristal tuviese un diámetro, grosor y
transparencias suficientes para poder mirar a través de él plácidamente. Por
fin, tras muchos intentos, conseguimos la piedra antes citada que, tras su
talla, tiene unas dimensiones finales de unos 7 centímetros de largo, 5 de
ancho y 2 de grosor y que utilizo como lente relajante ocular; aunque es de
buen tamaño, aún está lejos de la mayor que conseguimos.
Cuando
habíamos logrado todo eso, en un tiempo que pasó tan rápido que me pareció que
apenas habían transcurrido minutos, y nos disponíamos a mayores hazañas,
retomando los que eran los objetivos iniciales de mi colega, que eran conseguir
la piedra filosofal para lograr una mejor y muy larga vida y la trasmutación de
metales en oro, desperté y, para que no se me olvidara este sueño, decidí plasmarlo
en papel, por si alguna vez alguien me pedía que le contase una historia
alucinante.
No
creerías que si lo anterior fuera verdad iba yo a estar por aquí perdiendo el
tiempo en clases, papeleos y charletas. Muchas gracias por vuestra atención.
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