LUIS MATEO DÍEZ

 

LUIS MATEO DÍEZ

En noviembre (creo, no tengo ganas de comprobarlo) pasado le concedieron a Luis Mateo Díez el premio nacional de las letras. No me sonaba de nada el nombre (símbolo, una vez más, de mi inmensa ignorancia), así que lo primero repasé si por casa tenía algún libro de ese autor sin leer o, peor aún, leído y no recordado. No tenía.

Para reparar tamaña felonía (no estamos hablando de ningún escritor novel: peina canas y es miembro de la real academia, aunque esto último es un sí/no es importante) recurrí a los mágicos reyes que en 6 de enero todos los años, puntualmente, me agasajan (a pesar de mis muchos pecados, veniales me atrevo a decir de manera indulgente para conmigo) con algunos de mis deseos que, mayoritariamente, se centran en libros. He de aclarar que los citados reyes son además familiares y amigos, por lo que tengo la confianza suficiente para darles la lista de humildes peticiones, peticiones que suelen ser satisfechas.

Leí el libro pedido, “El árbol de los cuentos”. Cada vez me gustan más las historias breves, los cuentos, los relatos cortos, así que miel sobre hojuelas, en este caso aplicable en sentido literal, incluso doblemente. Aquí van unas pocas frases entresacadas de un montón que, por pura desidia, unida al placer de no interrumpir la lectura, no apunté.

(Ciro)…no paseaba la condena de los muertos que tienen que saldar una culpa para alcanzar el sosiego de la tumba, tan solo las penalidades del difunto caprichoso.

Ni con la condición de muerto se tiene a veces el respeto que merece,,,Cuando quisieron nombrarme vigilante nocturno, vi muy claro el intento de aprovecharse de alguien a quien no tenían que pagar. No di clavo de vivo y no voy a darlo de muerto, cuando no se precisa sustento y no hay más obligación que ir papando moscas.

Un día u otro tendrán que hacerme sitio en el cementerio… porque ya soy el único muerto vivo que queda en el Valle.

Y también habían leído que la infancia no es una edad, sino un estado de inocencia y sabiduría ciega, que alimenta el sufrimiento más benigno de la memoria.

Leyéndolo me recordó a Julio Llamazares. Ambos son leoneses y se les notan las raíces, ese no haber perdido, afortunadamente en ambos casos, el polvo de la dehesa. Larga vida a ambos.

 

 

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