ADIOSES
ADIOSES (o: esto es un sin dios)
Fue un día de marzo, de esos en los que la primavera ya le está soplando la nuca al invierno. No recuerdo exactamente, pero aún no habían cambiado la hora, de eso estoy seguro, así que las tardes todavía duraban poco y, aunque el solecillo de mediodía ya recalentaba los huesos, el relente del atardecer obligaba a guarecerse temprano.
No
estoy seguro, pero me gusta pensar que fue hacia el quince, los idus de marzo,
ojalá fuese esa fecha por lo que tuvo de significado histórico en el pasado
lejano y por lo que tiene y habrá de tener. En todo caso, no eran todavía las 9
de la noche.
Hacía
poco que me había apoltronado enfrente del televisor para esperar a que diesen
las noticias de las nueve. Veo siempre los titulares y, si alguno me llama
especialmente la atención, espero a que lo amplíen; como no suele ser así busco
en alguna cadena algo menos embrutecedor que las políticas peleas y miserias,
los sucesos, los deportes variopintos, casi siempre fútbol, y las declaraciones
ampulosas que suelen rellenar esos espacios.
De
repente cortaron la emisión y sobre un fondo azul pálido aparecieron unas
letras negras, mayúsculas, anunciando la inminente aparición del presidente del
gobierno para comunicar una noticia importante. Cambie de cadena, lo mismo. Y
lo mismo en todas las que probé, incluidas las autonómicas.
Puse
la radio. Un locutor recitaba con voz neutra el mismo mantra escrito en las
pantallas. Así que empecé a preocuparme. Desde un atentado descomunal, un
ataque nuclear, el fallecimiento de, qué se yo, el papa, el rey, la reina, la
familia real al completo, la dimisión en pleno del gobierno por manifiesta incapacidad
permanente. Todo tipo de posibilidades, a cuál más imaginativa, saltaron de mis
neuronas en apenas unos segundos.
Por
fin, tras apenas un minuto, aparece el presidente, serio, circunspecto, aunque
con una semisonrisa maliciosa, un rictus, no sé, como quedón, como si le
encantara lo que iba a comunicar. Me puse todavía más nervioso. Por la pinta,
no parecía que fuese noticia luctuosa o de enorme gravedad. Tras recolocar unos
folios que traía, sonrió y empezó con algo más o menos así:
“Queridos ciudadanos y ciudadanas, en
estos momentos, los responsables de los gobiernos de todos los países del mundo
estamos leyendo el mismo comunicado. Después de varios años en los que diversas
comisiones secretas formadas por científicos, historiadores, sociólogos,
teólogos y representantes de todas las religiones han estudiado el tema, se ha
llegado a la conclusión de que no existe ningún dios. Que todos los dioses
venerados por las diferentes creencias son únicamente fruto de la imaginación
humana, así como los ritos, apariciones, milagros, santificaciones, etc. etc.
Aceptadas estas conclusiones por todos los
gobiernos del mundo, hemos acordado dar un plazo de tres meses para que los
dirigentes de las antiguas religiones se pongan de acuerdo con los gobiernos de
sus estados para proceder a hacer entrega a los mismos de todos los bienes que
a lo largo de sus, en algunos casos, largos años de existencia, han ido
acumulando, puesto que, como es evidente, dichos bienes pertenecen al pueblo
que, con sus ofrendas, donativos y todo tipo de concesiones han ido
enriqueciendo los patrimonios de las distintas creencias.
Todos los bienes muebles e inmuebles ahora
recuperados por los estados, se dedicarán a fines culturales, recreativos y de
redistribución de las posibles riquezas entre las clases más desfavorecidas de
cada país.
Dado que la única religión poseedora de un
estado propio es la católica, su sede principal pasará a llamarse República del
Vaticano, siendo su presidente interino el actual Papa, hasta que se proceda,
mediante elecciones libres, a la elección de un sustituto o continúe el actual
si el pueblo así lo elige en las citadas elecciones.
Las religiones ateas, como el budismo,
pasarán a ser consideradas como corrientes filosóficas, pero dejando claro que
sus ritos y sus monjes dejarán de existir como tales.
Cesarán de celebrarse todo tipo ritos, así
como las festividades relacionadas con conmemoraciones religiosas (ramadán,
semana santa, holy, navidad, hanukkah, etc.) así como los días feriados
relacionados con aniversarios, santos, santas, mártires o demás personas que,
por uno u otro motivo, las distintas religiones consideraban de interés. Los
días festivos afectados serán sustituidos en los calendarios laborables de cada
país por los que los gobiernos, mediante acuerdo con representantes de
trabajadores y empresarios, consideren.
Las personas cuyo modo de vida y sustento
está ahora en dependencia directa de alguna de las religiones, pasarán a cobrar
un subsidio suficiente para poder sostenerse hasta conseguir un nuevo trabajo;
la cuantía, condiciones y duración máxima de este subsidio serán regulados por
cada estado, pero en ningún caso su cuantía será superior a su remuneración
actual ni su duración será superior a veinticuatro meses.
Todos estos extremos han sido
consensuados, aprobados y firmados por los gobiernos de todos los estados del
planeta.
Muchas gracias por su atención”.
Pues
eso. Me pellizqué un par de veces. Me eché agua en la cara y salí a la ventana
esperando ver una variopinta caterva de fanáticos enloquecidos cargados de
cruces, medias lunas, estrellas de seis puntas, procesionarios encapirotados
con santos y santas, unos tirándose ceniza, otros arrancándose las ropas, los
de más allá mesándose las barbas, pero, quiá, ni un alma. Un silencio atronador
llenaba las, de repente, vacías calles.
Y así
pasó una hora, y otra, y unas cuantas más. Yo no sé si el personal se había
vuelto pétreo, se les había secado el cerebro o, como yo, estaba razonablemente
sorprendido y relajado. ¡Menudo notición! Hombre, a algunos no nos vino de
nuevo. Ese tema lo teníamos razonablemente claro hacía ya tiempo, pero claro,
que aquí, en España, que tanto devoto a ultranza de santos, santas y vírgenes
de la más peregrina advocación de repente despertasen del trance y se volviesen
ateos, que tanto cura, tanta monja y tanto fraile no dijese ni mú, que la muy
tradicional jerarquía obispal, arzobispal y cardenalicia no estuviese bramando
de ira, que los muecines no estuviesen llamando desde lo alto de las mezquitas
a la guerra santa contra tamaña afrenta al islam, me parecía pelín raro, cuando
no sospechoso.
Columbré
para mí que las jefaturas, mandos intermedios y tropa de a pie, desde
sacristanes a cardenales y desde rabinos a ayatolas, ya estaban enterados y
habrían tomado las medidas oportunas, pero lo del pueblo llano, uf, eso ya era
harina de otro costal. Las beatas y beatos, los y las meapilas, las
empericotadas hermandades procesionales, los saltadores de verjas, los
porteadores de andas con santo, los hermanos musulmanes, los ortodoxos judíos,
en fin, todo ese personal tantos años abducido por unos ritos ahora
inexistentes, ¿qué pensarían? ¿qué pasaría ahora por sus huérfanas cabecitas?
Pues
no pasó nada oye. Olé, olé y olé que diría un castizo. Al día siguiente el
personal se saludaba como si tal cosa; ya no se oían expresiones como: “a la
paz de dios” ni “salam aleicum”, pero por lo demás, dejando de lado que todos
los centros religiosos permanecieron cerrados durante el traspaso de poderes y
que en las oficinas de empleo y de la seguridad social había colas de nuevos
solicitantes de prestaciones, algunos aún revestidos de sus hábitos, nada.
En un
tiempo record se cambiaron algunos nombres de calles, plazas y parques, de
estatuas y de pinturas, se confeccionaron nuevos calendarios con los días
laborables y no laborables, eliminando de paso la adscripción a días de los
antiguos personajes del santoral y poco más.
Como
país de pícaros que somos, las romerías marianas o santorales, fueron trocadas
en romerías campestres o playeras en las mismas fechas en que antes se
celebraban (qué queréis, la tradición festivalera no entiende de nombres y ya
la iglesia católica se había antes apoderado anteriormente de otras fechas
adscritas a previas festividades paganas) y supongo que, en un par de
generaciones, la nueva nomenclatura hará olvidar los anteriores ritos. Amén.
¿Qué
pasó en otros países? Pues yo pensaba que en las zonas de mayoría musulmana
habría grandes revueltas, o que los integristas metodistas, o los episcopalianos,
o los testigos de Jehová, los mormones, los anglicanos, u otras sectas
cristianas pondrían el grito en el cielo (astronómico, por supuesto), pues nada
ni eso. Paz mundial. Se acabaron las llamadas guerras de religión y ahora sólo
tendríamos guerras económicas (las de religión también lo eran).
Pues
como se ha visto a lo largo de los pocos años (no llega a dos décadas) que han
pasado desde aquel día, parece que el mundo se ha tranquilizado, es más, los
procesos migratorios, los balances comerciales y las relaciones de todo tipo
entre países han ido por caminos de concordia y diálogo.
Ahora
es cuando tengo miedo de verdad. Esto no es normal. No puede ser y además es
imposible. Bueno, imposible no, ya que está sucediendo, pero raro es raro de
cojones. Las señales me hacen pensar que un cataclismo de consecuencias
imprevisibles está a punto de suceder. ¡Pero si hasta los fanáticos profetas
del fin del mundo por el cambio climático antrópico han desaparecido! Bien es cierto que la temperatura media del
planeta ha empezado a descender, que ha aumentado la superficie helada del polo
norte y se ha engrosado la capa de hielo del polo sur, incluso algunos
glaciares que habían desaparecido vuelven a crecer y enseñorearse en las
cumbres de las montañas de las que habían huido.
La
superficie arbolada de la selva amazónica ha aumentado; algunas especies que se
creían extintas o en peligro de extinción vuelven a deambular lozanas por sus
hábitats. No hay sequías ni inundaciones torrenciales. La superficie de los
desiertos está disminuyendo, a la vez que la vegetación está recuperando
espacios de los que había sido expulsada. Y todo sin ruido, sin saltos, poco a
poco, como si hubiésemos firmado una paz mundial a todos los niveles. ¿Y la
capa de ozono?, bien, gracias, más fuerte y completita que nunca.
¿Y el
personal qué? Pues a nivel local bien. Mejor que bien. Casi no hay paro y los
sueldos son lo suficiente dignos para llevar una vida sin lujos, pero sin
apreturas (bueno ya sabéis, los curritos). La agricultura, la ganadería y la
pesca gozan de buena salud y producen lo suficiente para abastecer la
alimentación humana. Las enfermedades mentales han prácticamente desaparecido y
las físicas están en franca regresión (cosas del aire limpio, la alimentación
saludable y, supongo, la tranquilidad).
A nivel
mundial las cosas también marchan por buenos derroteros. La población mundial
ha disminuido claramente en aquellos países (India, Nigeria, China, etc.)
superpoblados, ha crecido levemente en los más despoblados y en el resto, la
mayoría, se ha estabilizado, con una cierta tendencia a la disminución.
Lo que
más se ha resentido es el mundo artístico. Las películas son un auténtico
peñazo, solo aparecen historias de bondad, con finales felices, sin apenas
conflictos. No os digo nada de las novelas (no aptas para diabéticos), de la
música insulsa, de la pintura apastelada, de, en fin, el adocenamiento de las
artes en general.
De
verdad que esto no puede ser. Somos víctimas de una abducción colectiva
mundial, intoxicados con algún producto químico de origen alienígena,
parcialmente estupidizados por alguna droga hipnótica. Ya, vale, eso los
humanos, pero ¿qué pasa con lo demás? ¿con la fauna? ¿con la flora? ¿con el
clima? ¡Si es que parece que estamos volviendo al jardín del edén bíblico!
A todo
este ambiente de paz y bonanza, sólo hay un aspecto que considero muy negativo.
Los delitos. Han disminuido sí. Pero selectivamente. Sólo hay de dos tipos.
Como ya no hay promesa de cielo o infierno, los practicantes de ir a la contra
de leyes establecidas florecen, pero, como dije antes, solamente en dos campos:
asesinatos y sus primos menores (palizas, golpes, puñaladas) y los delitos
económicos mayores (desaparecieron los raterillos y los hurtos menores, quedan
desfalcos, atracos, robos mayores, malversación y similares). Aunque esto se
traduce en una mayor tranquilidad general, el cambio que considero tan negativo
es el del castigo. En cualquiera de los supuestos, consiste en la incautación
de todos los bienes del delincuente y su posterior ajusticiamiento. Por la vía
rápida. Con todas las garantías legales, eso sí. Pero tras un juicio rápido
(plazo máximo de un mes) el reo, si es condenado, se le ejecuta en el plazo de
cuarenta y ocho horas. No llega a funcionar la ley de Lynch, pero casi. Los
pillados infraganti no duran ni una semana respirando. Esta especie de barbarie
legislativa y judicial no ha hecho disminuir significativamente esos dos tipos
de delitos, pero han prácticamente desaparecido los demás.
Y,
¿Qué pasó con aquello de los mandamientos y otros preceptos religiosos? Pues
por tomar un ejemplo, los mandamientos cristianos quedaron reducidos, en su
nueva versión legal o moral, a tres más relacionados con la ley (no robar, no
matar y no dar falso testimonio) y otros dos de aplicación individual cuando
cada uno considere oportuno (honrar a los padres y cometer actos impuros -esto
para según quién, claro-) porque lo de tener pensamientos y deseos impuros o
codiciar los bienes ajenos, qué, ¿quién lo controla? Lo mismo con otras
obligaciones, prohibiciones o requisitos de otras religiones so pena de
infierno eterno (que no hay, por supuesto) ni premio de cielo felicísimo, con o
sin una y mil huríes o cánticos de salmos y retumbar de trompetas, que tampoco
hay.
Esto
ha devenido en un cierto relajamiento de las costumbres en lo que se refiere a
la constitución de parejas, tríos, cuartetos, quintetos etc. etc. más o menos
estables. No son raros los grupos patriarcales (uno o dos machos con un número mayor
de hembras) o matriarcales (justo lo contrario, una o dos hembras con un número
mayor de machos) De momento no han surgido graves problemas en estos temas,
aunque la pareja estándar de dos individuos, del mismo o distinto sexo, suele
seguir siendo la más común.
Evidentemente
todo el tema de bodas, bautizos y comuniones o sus equivalentes en las antiguas
religiones no católicas ha quedado obsoleto. No quiere decir que, tras los
oportunos trámites civiles de inscripción en los registros correspondientes, no
haya familias que celebren los eventos con fiestas a su gusto, pero toda la
parafernalia de vestidos, disfraces varios y ostentaciones más o menos
suntuarias unidas a esos ritos ha decaído bastante, por no decir mucho.
Una
consecuencia completamente secundaria a la desaparición de los dioses y sus
religiones ha sido la asunción por todos los países de un calendario común. El
desmadre que había entre los calendarios chinos, mahometanos, juliano, gregoriano,
ambrosiano y demás, ha quedado reducido a uno único. Hay algunos cambios menores:
los doce meses se dividen en 7 de 30 días (enero, febrero, abril, junio,
agosto, octubre y diciembre) y 5 intercalados de 31 (los restantes), aunque ya
no se llaman así; sus nombres han sido sustituidos por el número latino, así
enero es mes I, febrero mes II, etc.
El
cambio más notable en este aspecto es el de la numeración de los años. Se ha
decidido que el año 0 tenga como referencia el año del primer calendario
conocido: el de Aberdeenshire
(Escocia) que está datado hacia el 8.000
antes de Cristo, y es un calendario lunar compuesto por 12 piedras que indican
la posición de nuestro satélite a lo largo de un año. Puesto sólo han pasado
unos pocos años después del 2000, se han redondeado las fechas, y el día 1 del
mes I de la nueva era ha sido el año 10000; el próximo será el año 10023 de esa
nueva era.
Ha habido propuestas en
naciones unidas para unificar idiomas y declarar como lenguas comunes a
utilizar por toda la humanidad el mandarín, el español y el inglés. De momento
las diferentes propuestas no han prosperado. Normal. El personal habla de las
riquezas de sus idiomas, de sus tradiciones, sus novelas, su historia y sus
historias. Nada de lenguas muertas excepto las que ya lo están. Parece mentira,
pero en este tema parece mucho más difícil ponerse de acuerdo que en el de las
religiones. En fin, cosas veredes.
Y la
prensa…si, eso, la prensa, los medios de comunicación en general, ¿qué dicen de
esta inusitada temporada de bonanza? Pues nada. Apenas hay artículos de
opinión, las controversias políticas han quedado reducidas a la mínima
expresión y solo florecen las páginas dedicadas a sucesos de variopinta
importancia (en general poquita) y a los deportes (bueno esto ya pasaba en
algunos medios antes de la desdiosificación) Parece que nadie reflexiona sobre
lo que está ocurriendo. Todo el mundo lo encuentra normal. Debo ser un bicho especialmente
raro, muy raro.
Supongo
que otras personas se harán las mismas reflexiones, pero realmente, o no nos
atrevemos a expresarlo o somos muy poquitos y no coincidimos, porque, claro, no
voy a ser yo sólo el único que sea consciente de todo esto, ¿o sí? No jodas,
eso sí que no puede ser. Me niego a considerar siquiera la posibilidad. Por eso
estoy escribiendo todo esto. Cuando le relea y lo ajuste a lo que quiero decir,
empezaré a tratar de mandarlo a algún periódico, a publicarlo en mi blog, a, no
sé, tratar de darlo a conocer para ver si alguien se pone en contacto conmigo,
si alguien contesta y lanza alguna idea, para revolver esta especie de sopa, de
caldo gordo en el que parece que nos estamos cocinando a fuego, eso sí, muy muy
lento.
Comentarios
Publicar un comentario