TIRANÍA
TIRANÍA
Forma
de gobierno en la que uno manda lo que quiere y los demás obedecen, so pena de
castigos variopintos (o cosa así). Aunque, a veces, la imaginación puede encontrar
maneras de soslayar las ordenes, rodeándolas o transformando el imperativo
hábilmente.
Deberes
del taller. Dadas las palabras: café, velero, lumbre y genealogía, asociar a
cada una lo primero que se nos ocurra. A continuación, escribir cuatro relatos,
uno con cada una de las asociaciones obtenidas. ¿Sería posible un relato con
las cuatro asociaciones? No, uno para cada asociación. Escucho u obedezco (léase
el título y el primer párrafo).
1.-Café
àdescafeinado
2.-
Velero à barco
3.-
Lumbre à calor
4.—Genealogía
à
abuelos
Pues
aquí van los cuatro relatos (o ¿será sólo uno dividido en cuatro? No sé)
RELATO
I
Muchas veces costumbres que podrían pasar por inocentes o
inocuas, devienen en problemas que pueden llegar a afectar a la salud. Eso fue
lo que le pasó uno de nuestros protagonistas. Siempre que se reunían a charlar
los compañeros, se les pasaban las horas entre café y café, pelotazos de ron
intercalados, mientras desgranaban sus recuerdos de aquellos años en los que el
mundo se les hacía, unas veces pequeño y otras demasiado grande. Llegó un
momento en que con tanto café y, algo menos, según él, por el ron, se ponía un
pelín sobreexcitado, así que optó por pasarse al café descafeinado porque, claro está que la opción de dejar el ron
ni se le pasó por la mente.
RELATO
II
Entre ellos las charlas casi siempre iban de lo mismo.
Que si recordáis la tormenta aquella del Pacífico cuando casi naufragamos. Que
cuando casi perdimos el mástil que portaba la mayor de aquel velero en el que hicimos las prácticas
de marinería, el Juan Sebastián el Cano, ¡ese sí que era un buen barco! Y que jóvenes éramos, veinte
abriles mal contados. ¡Qué tiempos aquellos!, como cuando después, todos a una,
decidimos enrolarnos en el carguero que hacía la travesía de Canarias a
Barcelona y la pila de pasta que nos sacábamos con el contrabando de tabaco y las
calculadoras Casio. Que tiempos.
RELATO
III
Llegada la vejez, aquellos cascados lobos de mar, se
arrejuntaban unos a otros, al calor
de la lumbre para espantar al frío,
rememorando las mil y una travesías y las mil y una mujeres que habían
conocido, solo eso, conocido, en tantos puertos. Porque eso de que los marinos
tienen una mujer en cada puerto es más una fantasía que una realidad. Hombre,
de tarde en tarde, alguna vez se llegaba a algo más que pagar unas cervezas,
pero esas eran las menos. Charlas sin derecho a roce o con los roces justitos
para aligerarles un poco el bolsillo que, cuando eran más jóvenes y sin
obligaciones familiares, tampoco les importaba demasiado. Ya hace mucho. ¿Quién
tenía entonces frío, aunque estuvieran en Terranova?
RELATO
IV
En la reunión diaria, en el chigre de Antón, los viejos
marinos bendicen y se alegran del hecho de que ninguno de sus hijos hubiese
escogido la misma profesión. La vida de la mar es muy dura, y eso que a ellos
ya les habían tocado tiempos mejores. Todos eran hijos y nietos de pescadores o
marinos. Era lo que tenía en aquel entonces haber nacido en un puerto de mar, donde
las opciones de trabajo, en sus años mozos, eran hacerse a la mar, entrar en
alguna de las fábricas de pescado o emigrar. Lo de estudiar era para los hijos
de los armadores o de los dueños de las fábricas. Sus padres les contaban que, cuando
empezaron de guajes, con diez u once años, y su trabajo era despertar a sus abuelos para avisarlos de que había que
embarcar, ya sabían que serían ellos, en unos pocos años, los que pillarían el
petate para subir a un barco, de pesca, de carga o el que se terciara. Estaba
en su genealogía. Familias de
hermanos, padres, abuelos, bisabuelos y así hasta donde alcanzaba la memoria,
de gentes de la mar. Los que tenían suerte, como ellos, volvían a tierra a
secar y a rememorar sus vidas. Los que no, dormirían para siempre en los brazos
de Neptuno.
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