VIAJAR
VIAJAR
No soy especial amigo de los viajes, al menos tal y como
ahora se puede viajar. Otra cosa sería si existiese el viaje instantáneo, tal
como parece en algunos relatos y películas de ciencia ficción, pero como eso es
físicamente imposible, me quedaré sin poder ir por la mañana a Nueva Guinea,
por ejemplo, y por la noche dormir en mi cama. En fin.
No me
gusta demasiado el avión. No por miedo, aunque esas latas voladoras siempre me
causan una cierta inquietud. Aunque sí que he salido a la mar por unas horas,
tampoco me atrae un crucero, así que sólo me quedan los viajes por tierra.
Tengo
recorrido demasiados kilómetros (y horas, claro está) en autocar, así que
tampoco es un medio que, a estas alturas de la temporada, me satisfaga. No pasa
lo mismo pasa con el tren; horas y horas, kilómetros y kilómetros hacen que sea
mi segundo medio de locomoción preferido. Por detrás del automóvil, que sí es
mi preferido.
La sensación de subirse a un tren sabiendo que, más
pronto o más tarde, te dejará en tu destino, sin que tu tengas que estar
preocupado por el camino o por las inclemencias del tiempo, sólo disfrutar del
paisaje, de la impagable compañía de un libro o de música, o de las dos cosas,
es increíblemente relajante.
Me encanta conducir. Me relaja. Tardo muchísimo en
cansarme. Si vas bien acompañado, estupendo. Si vas solo, música y el disfrute
de ver pasar rápidamente la vida. Eso es lo que pasa cuando conduces o cuando
vas en tren. El discurrir del tiempo se acelera. Ves un árbol y rápidamente
desaparece. Lo mismo un camión, un rebaño de ovejas, vehículos de todo tipo
entran y salen de tu campo de visión en pocos segundos. Las nubes avanzan hacia
ti a toda velocidad y el horizonte es diferente después de cada curva, de cada
cambio de rasante.
La perfección sería viajar en un automóvil imaginario y,
saliendo de un lugar inexistente, poder llegar a ningún sitio. Una vez allí,
asomarse a una ventana infinita, en la que vería explotar el megavolcán de
Yellowstone, la llegada de la próxima glaciación, ver congelarse a todos los fanáticos
y atemorizadores profetas del cambio climático, el choque de la península ibérica
con África, la desaparición del mediterráneo, la llegada del primer
extraterrestre más listo que nosotros, los últimos estertores del género homo
y, por fin, poder decir: hasta aquí hemos llegado.
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