GUSTOS PERSONALES (O NO)
GUSTOS
PERSONALES (O NO)
Me gusta leer y, quizás a consecuencia de ello, también
me gusta escribir. Ambas actividades me relajan. Disfruto haciéndolas. Son
actividades solitarias y, ahora que lo pienso, me doy cuenta que otras
actividades que me atraen y con las que paso muy buenos momentos también tienen
que ver con la soledad.
Empezaré por la lectura. No recuerdo ninguna etapa de mi
vida en la que no haya leído. La hay, evidentemente, pero no la recuerdo. No
leía cuando tenía 3 años o menos, incluso 4, pero a los 5 ya me gustaban los
cuentos, sencillos por aquel entonces. Después los TBOs, los Jaimito, los
Pulgarcito, Hazañas Bélicas y toda la cantidad de historias que llenaron mi
infancia. Hasta que cayó en mis manos el primer libro. Ni idea cual fue. Desde
entonces la cantidad de gente que he conocido, mundos que he visitado,
situaciones que he vivido, miles y miles de horas escapando de la realidad
próxima, no por odiosa, sino por más conocida.
El pasado, el presente, el futuro, todos ellos reales o inventados.
Tantas personas o personajes en mil y una situaciones posibles o inverosímiles.
Las palabras, las frases, las ocurrencias, los pensamientos sensatos e
insensatos, los sueños. Tantos datos
útiles (casi siempre lo son, aunque parezcan la mayor tontería) que parece
imposible asimilar y que se me han quedado entrelazados en las neuronas.
Escribir es un placer más tardío. Normal. Hay que tener
algo en el disco duro para poder volcarlo afuera. Primero recopilación de
datos, procesado de los mismos y después, el placer de hilarlos en una
historieta de algún modo satisfactoria. Como ahora. Como lo que estoy haciendo
en este momento, dándole caña al teclado y dejando que fluya todo lo que pasa desde
la cabeza a los dedos. No diré, como mi tocayo Lope de Vega, aquello de “pues más de ciento, en horas veinticuatro,
pasaron de las musas al teatro”, líbrenme los dioses de tamaña osadía, que
él, disfrutase o no, escribía para comer. Yo sólo escribo para disfrutar y, por
supuesto, ni soy ni tan genio ni tan prolijo (más quisiera).
También tengo otros gustos confesables. Aficiones que me
deparan momentos impagables. Sobrevolar, sólo mecido por el viento, valles y
colinas, ríos y bosques, con el único sustento de una ligera tela sujeta a un
armazón metálico, es placer inigualable. Desde que empecé a volar en parapente
apenas le dedico tiempo a otra de mis más preciadas aficiones: la pesca
submarina a pulmón libre o, en su defecto, los paseos submarinos con botellas
de oxígeno. La paz y el silencio del fondo del mar, los colores y texturas
increíbles de algas, corales, esponjas y de todos los animales marinos. Otros
dos gustos solitarios. Como el cine, películas largas o cortas que, además, en
ocasiones, ponían y ponen en imágenes lo soñado leyendo.
Voy a pasar por alto el placer de comer determinados
manjares, libar determinadas bebidas o dejarse arrastrar por los acompasados
sonidos de una sinfonía, una ópera, un rock and roll, según qué baladas,
tangos, zarzuelas, boleros, lo que pida el cuerpo en cada ocasión. Voy
directamente al último, y no por ello menos importante, de los placeres que
trato de practicar con cierta, aunque en este caso muy baja, frecuencia. En
realidad, son dos pasiones que, cuando se unen, alcanzan el epítome de la
perfección. La primera es el lanzamiento de jabalina. De lanza en realidad, lo
que ocurre es que a las lanzas de antaño llámanlas hogaño jabalinas y así es
como pueden adquirirse en los establecimientos dedicados a actividades
deportivas. Alguna he tratado yo de hacer con recias rectas varas de avellano,
pero no tienen ni la prestancia ni las prestaciones de las profesionales.
Una vez alcanzada una cierta destreza en el manejo de tal
instrumento, diome por unirla a otra afición muy apreciada por mí. La caza de
animales de pelo. Corzos, rebecos, ciervos, jabalíes y similares. Provisto de
buena ropa de camuflaje, buenos prismáticos, dos o tres jabalinas, cuchillo de
monte, sigilo y una paciencia rayana en lo infinito, soy capaz de acercarme, a
veces, a distancia suficiente para lanzar mi lanza y cobrar alguna pieza que
llevar a la cazuela. Ocurre muy de tarde en tarde, por lo que, cuando pasa, el
placer es mayor.
Releyendo lo hasta ahora escrito podría parecer que soy
un tipo asocial, más raro que un burro a cuadros, que rehúye el trato con sus
coetáneos. No hay tal. Disfruto de la compañía de otras personas, de conversar,
reír, pasear, con mi mujer, con algunos de la familia, por supuesto con los
amigos, algunos conocidos, incluso saludados o perfectos desconocidos. Eso son
placeres siempre compartidos, gustos sociales que, sólo en ocasiones, superan o
igualan a los solitarios.
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