SEGURO DE DECESOS

 

SEGURO DE DECESOS

        Hace unos días me llegó al correo electrónico una propuesta para realizar una encuesta, a la que contesté afirmativamente ya que, por diversas circunstancias que espero poder aclarar en este escrito, estaba muy interesado.

      La encuesta era sobre los seguros de decesos. La primera pregunta, obviamente, era si tenía alguno. Respuesta positiva y, aclarado ese extremo imprescindible, siguieron toda una serie de preguntas para, supongo, colocarme en el grupo adecuado. Edad, lugar de residencia, estudios, costumbres sociales y hábitos saludables, o no (en cuanto a deportes, sedentarismo, régimen alimenticio, consumo de bebidas de todo tipo, etc.) cuantía de la cuota y régimen de pago (mensual, trimestral, anual), aseguradora, etc.

       Hasta ahí todas preguntas inocuas. Las sorpresas, relativas, vinieron a continuación. Se me preguntaba si había hecho uso de mi seguro. Aquí la respuesta de la inmensa mayoría de las personas, por no decir todas, debería ser, claramente, NO. Yo respondí que SÍ. La siguiente pregunta era sobre el grado de satisfacción con la atención recibida. No sé a qué preclara mente se le ha ocurrido hacer estas dos preguntas. Si dices NO, la atención recibida es NINGUNA. Si dices SI, lo primero, supongo, será un cierto desconcierto por parte del que recibe las respuestas y ya no digo nada cuando vea la puntuación y los comentarios finales que siempre piden para terminar. Para ser coherente con la respuesta anterior, empecé a darle vueltas a todo el proceso para poder calificar adecuadamente.

    Paso al relato de los hechos. Una vez vuelto muñeco, me recogieron en mi casa dos amables, a la par que serios, caballeros. Allí dijeron a mis familiares que no se preocupasen que ellos se encargarían de todo el papeleo necesario. Me instalaron en una cómoda camilla y me introdujeron en un coche fúnebre, con el que me llevaron al tanatorio de la empresa. Tal como ya había dejado dispuesto en mis últimas voluntades, me asearon, me vistieron con buenas ropas de entretiempo y me colocaron en un ataúd sencillo, nada de lujos ni ostentaciones inútiles a estas alturas de la temporada.

    Toca hacer la primera aclaración. ¿Por qué ropa de entretiempo? He de decir que, creyente selectivo como soy, el tema de la resurrección no lo doy yo por perdido y, claro, como la fecha de tal suceso no es sabida, lo mismo te toca en el crudo invierno que en un abrasador verano. La ropa de entretiempo, para el impacto inicial, te puede salvar la cara. No es como los dos resucitados de los que se tiene cristiana constancia (otros hay en otras religiones, pero no es cosa de ponerse ahora a hacer una relación pormenorizada). Lázaro, que total lo resucitaron a los pocos días, y Jesús, que no estuvo ni 72 horas en el trance, y encima bien fresquito en una cueva, así que con un paño le bastó. Un paréntesis. No sé por qué razón, cuando sale lo de la resurrección de Lázaro recuerdo un chiste antiguo: un infante narra ese hecho y dice: “Jesús le dice levante y anda, y entonces Lázaro se levantó y andó; anduvo, jodido, le interrumpe el maestro, y el infante dice, sí, anduvo jodido al principio, pero después andó bien”. Cierro paréntesis.

      Luego viene el tema de la reencarnación, pero en plan cristiano, nada que ver con esas reencarnaciones de religiones asiáticas, según las cuales, en función de tus acciones, puedes volver como un perro, un camello o una gamba. ¡Qué horror! Nada, nada, si mueres persona te reencarnas en persona. Hombre, si pudiera ser un poco mejorada, pues mejor, pero por lo menos, tal como eras en tus años lozanos, tampoco la cosa es volver viejo y achacoso. Y en ese trance conviene llevar la vestimenta adecuada, sin nada estrafalario.

      No era yo partidario de ritos funerarios religiosos, pero en el ambiente en que uno ha vivido, rodeado mayoritariamente de cristianos viejos, a mis familiares y deudos les dio por hacerme un funeral. Tenía yo para mí que, si no se daba esa circunstancia y hacías el tránsito sin declarar tendencia religiosa alguna, serías como un apátrida y podrías circular por los cielos, o los infiernos, de las distintas creencias a tu libre albedrío, una temporadita aquí, cantando salmos, otra allá meditando para alcanzar el nirvana, otra más allá, disfrutando de los mil y un placeres que oferta el islam, o por las llamas de los infiernos que tal amenaza hacen o guerreando con Thor, o helándote si tal averno existe, vamos, una espera de la reencarnación multiocupada y entretenida.

       Aunque, también tenía yo para mí, que tocase el premio o la condena que fuese, pasado un tiempo tendrías derecho a un tercer grado, no sé, salir por la mañana y volver a dormir, o fines de semana libres, algo en plan carcelario terrestre, para poder romper un poco la monotonía de tantos años de espera. Me maliciaba que muchos habrían de ser. Suponiendo que las primeras religiones ideadas por nuestro género homo empezaron hace algo más de diez mil años, qué hasta el momento sólo hay sospecha de las dos resurrecciones antes citadas y de qué el fin de la humanidad no parece que vaya a tener lugar a muy corto plazo, pongamos que otros diez mil años, por lo menos, no nos los quita nadie. Aunque, tal como van las cosas, a lo mejor en unos centenares de años esto peta.

     Y luego está el cómo es tu presencia por allá arriba. Digo arriba porqué todas las religiones que conozco sitúan en zonas extraterráqueas los dominios de cielos e infiernos. En qué forma estaremos. Hay pocas historias de que algún personal haya ascendido tal como vivió en el planeta. Jesús, María, un profeta llamado Elías, del que se dice que fue ascendido en un vehículo de fuego, no consta si globo aerostático o nave más evolucionada y si fue a algún cielo o a otra civilización abducido vía OVNI, y para de contar. Todo son dudas que nadie nos aclara.

      Voy a volver a lo del rito religioso. Breve lo fue. Bien. Esperaba yo algún cántico a varias voces, pero entre que mis deudos y familiares o no se sabían las canciones o les daba corte y lo que pudo ser un coro, se quedó en un trío, formado por el sacerdote, una vieja desconocida, que debió de meterse allí confundida o por puro vicio, y otra persona que no pude identificar por no verla bien desde mi posición yacente. Aquí si tengo una queja sobre la compañía funeraria. Los operarios, una vez depositado mi cajón en su lugar, salieron a la calle, posiblemente, a practicar el placer tabáquico, y no entraron a buscarme hasta finalizado el acto. Ellos podrían haberse quedado para ampliar el coro y poder ofrecer un espectáculo más completo.

     Después, hala, al nicho. Yo prefería la cremación, pero no estaba seguro de que el proceso de teletransportación, necesario para recuperar el cuerpo en la resurrección, estuviese lo suficiente avanzado y hubiese algún percance, tipo quedarme sin orejas, o con una pierna de más o, cualquiera otra circunstancia que me dejase peor de como soy y estoy ahora. Pues eso, al nicho. ¿Os podéis creer que me pusieron en una planta baja? Desde el primer día una humedad tal que tengo todas las articulaciones hechas una yacería, cuando no me duele una muñeca, no soporto la rodilla, y así toda esta temporada. En fin, paciencia, que tiempo a acostumbrarme es lo que me sobra.

      Así que he decidido ponerles una mala nota en cuanto al servicio. No más de un tres. Mejor un dos. A ver como se lo toman y, en todo caso, lo que tengo claro es que no vuelvo a contestar otra encuesta de estas.

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