LA BELLA Y LA BESTIA

 

UN ENTRETENIMIENTO SOBRE LA BELLA Y LA BESTIA

I

            El jurado había decidido, por unanimidad, declararla la más bella del certamen. Todo el público asistente, con una larga y cerrada ovación, corroboró esa decisión. Era el día más feliz de su vida, tanto que apenas se percató de la bestia de pupilas rectangulares que se acercaba tranquilamente hacia ella, tanto que apenas sintió cuando cercenó su cabeza. De todos es sabido que a las cabras les gusta el sabor de los pétalos de rosa.

II

            Era, sin el menor género de dudas, la más hermosa de toda la región. Su exquisita elegancia, sus delicadas maneras al caminar o, simplemente, sostener una flor, hacía que todas las miradas se posasen en ella y admirasen su distinción. También era la más grosera, la más malhablada y difamadora, odiosa en todos los sentidos, por eso, en lugar de ponderar a la bella, todos la llamaban la bestia.

III

            No tenía la culpa de haber nacido así. Feo. Contrahecho. Deforme. Nunca aprendió a hablar ni a valerse por sí mismo. Sólo oía y veía. Si no fuese porque era humano, podría calificarse como una desafortunada bestia. Sus padres, inmensamente ricos, le colmaron de atenciones y le rodearon de belleza, de música hermosa, de imágenes preciosas, de todo lo que podría hacerle olvidar cómo era. Mientras la bella enfermera le ponía la inyección letal, sus ojos disfrutaban contemplándola.

IV

            Nadie podría decir que era feo, todo lo contrario, apuesto y hermoso de cara y cuerpo. Nadie podía decir que era una bestia, si no fuese por ese pequeño detalle de su excesivo amor por sus ovejas, su bestialismo. Cuando vio a la bella campesina aporrear a las ovejas que se habían colado en su huerto, cargó la honda y la mató de una certera pedrada.

V

            Era, a la vez, la bella y la bestia. Quisiera poder cambiar, pero no podía evitar ser lo uno y lo otro. Nadie lo sabía, ni quienes estaban a su alrededor, ni sus inocentes víctimas. Es lo que tiene ser una planta carnívora.

VI

            ¡Bésame bestia! Dijo la bella, y lo convirtió en un asno.

VII

            Cuando la bella y la bestia se casaron las comadres del barrio no paraban de murmurar: “Ya te decía yo que esas dos eran lesbianas”.

 

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