ELEI (LOS ÁNGELES)
ELEI (LOS ÁNGELES)
Históricamente las ciudades siempre se han divido en, al menos, dos zonas bien diferenciadas: la zona rica (donde viven las clases acomodadas y donde se ubican las sedes de los grandes bancos y empresas de lujo) y el resto. Ese resto puede estar, o no, a su vez subdividido en dos o más zonas. No es el caso de este LA. Los barrios ricos lo son hasta el hartazgo, los edificios se elevan impolutos hacia el cielo; los aerotaxis y los vehículos privados hacen traviesas circunvalaciones esquivándolos, mientras que a nivel de calle, realmente no hay calles, hay extensas avenidas, descomunales plazas donde se solazan los residentes.
Luego está el otro LA. También hay torres enormes, con panorámicas fachadas de vidrio que anuncian desde un champú hasta un androide de compañía, pero en ellas no habita la gente normal, son oficinas de altos ejecutivos o de empresas que aún no han llegado a la cima. Entre ellos, por calles estrechas a las que raramente llega un rayo de sol, se desplaza un hormiguero variopinto, atareados aquí y allá en sus extrañas vidas, con extraños ropajes, con raros adornos, arrastrando vehículos de dos ruedas, almacenando en esquinas y soportales sus mercaderías que venden y compran todos los que por allí viven. Pequeños puestos de comida rápida, repuestos de ojos, de brazos, de cualquier parte del cuerpo, usados o sin usar, legales o ilegales, qué más da.
Es mitad del otoño, casi al final ya. Llueve, todo el día, todos los días, pero sólo a nivel de calle. Los aerovehículos sólo se mojan cuando aterrizan. Nunca llueve por encima de unos veinticinco metros. Es un fenómeno curioso. Raro. Los robots humanoides (más o menos) se mezclan con los humanos, no hay prioridades para unos u otros, ya que en muchas ocasiones son indistinguibles. Los modelos más modernos que fabrica la corporación Tyrrel son igualitos a un humano. Los pocos animales que se ven son, en su inmensa mayoría, reproducciones casi perfectas de los que antes existieron y ahora están ya extintos. Son caprichos para ricos.
Aquí abajo la inmensa mayoría de los que regentan negocios de todo tipo son orientales, chinos en su inmensa mayoría, laboriosos, amables y capaces de suministrarte por dinero, por supuesto, cualquier cosa o capricho. Las viviendas y los edificios por debajo de las torres de vidrio están en muchas ocasiones ruinosos. Es triste. Hemos alcanzado planetas lejanos. Construimos humanoides artificiales y los enviamos a hacer todos los trabajos pesados a las colonias exteriores, pero, como siempre, los beneficios se quedan en lugares muy concretos y sólo nos llegan migajas en forma de algunos adelantos electrónicos. La decadencia de estos barrios deja edificios casi en ruinas, en los que solo llueve un poco menos que en el exterior, acondicionados como hormigueros, u otros donde solo vive una persona. Un despropósito.
A pesar de todo eso, las personas siguen con sus vidas sin plantearse un cambio radical. Pequeños trapicheos para conseguir mínimas mejoras o alcanzar unos de los caprichos más caros, como un animal de compañía, robótico, eso sí.
La perfección de los últimos modelos androides llega, no solo a la imposibilidad de diferenciarlos externamente de un humano, sino a que, incluso, están dotados de una cierta capacidad de consciencia y, por supuesto, mayores capacidades físicas de fuerza, resistencia y agilidad. Los Nexus 6 nos sobrepasan en casi todo. Por eso la Tyrrel les ha dotado de un mecanismo de obsolescencia programada. A los cuatro años se autodestruyen, dejan de funcionar. Es terrible. Ya sé que es un mecanismo de defensa para los mortales y débiles humanos, pero es injusto para ellos. Porque ellos lo saben y en ocasiones se rebelan. Por eso, cuando ocurre, tengo que retirarlos. Es una mierda de trabajo.
Cuando retiré a Roy, el último de los Nexus 6 rebelados, sus últimas palabras: “todos estos momentos (sus recuerdos) se perderán como lágrimas en la lluvia” decidieron mi adiós definitivo a esta decadente ciudad. Me voy con Rachel hacia donde nos guíen nuestros pasos.
Película: Blade Runner. 1982.
Director: Ridley Scott
La acción transcurre en Los Ángeles (EE.UU.) en noviembre de 2019
Basada en la novela de Philip K. Dick (1968): ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?
Reflexión: Todos nuestros recuerdos, todas nuestras vivencias, las alegrías, las tristezas, lo que aprendimos, lo que reímos y lloramos, todo…, todo…, tarde o temprano, lo perderemos como lágrimas en la lluvia. Puede que sea mejor así.
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