CALLE DE URÍA
CALLE DE URÍA
La
calle de Uría en Oviedo discurre desde la estación del ferrocarril, denominada
estación del norte, donde finaliza, hasta la calle del rey Fruela (no ese que
fue muerto a garras de oso, que se llamaba Favila, otra calle de Oviedo) donde, históricamente, tiene su inicio. Nunca supe
yo ni de la antigüedad de dicha calle ni a quién debe su nombre. Respecto a lo
primero ahora sé que fue proyectada a finales del siglo XIX con la finalidad de
unir el centro de la ciudad con la citada estación ferroviaria y finalizada en
1880, tras la gran polémica social causada por el derribo, en 1879, del mítico
roble llamado “El Carbayón”. Cuentas las crónicas frívolas sensacionalistas de aquella
época que, mientras la heroica ciudad dormía la siesta, a la sombra de tamaño
árbol rumiaba sus cuitas Ana Ozores, mientras que, por la otra margen de la
calle en obras, paseaban, disimulando, el magistral Fermín de Pas y el crápula
aristócrata Álvaro Mesía, procurando ambos no coincidir ni en el saludo.
Uría es
apellido común en Asturias, de hecho, una cuñada tenía yo con ese apellido,
heredado de su supuesto padre y que éste heredó del suyo, también supuesto, por
supuesto. Esto de que el primer apellido siempre (hasta no hace mucho) haya de
ser del supuesto padre es costumbre con tufillo machista. Los portugueses,
gente educada y, en general, más sensata, siempre anteponen el apellido de la
cierta madre, dejando el del presunto padre en segundo lugar. Ya me he ido por
los cerros de Úbeda. Bueno pues el tal Uría noble no era, pues no figura con
título alguno. Además, en su calle desagua y evacúa alguna otra que tales
atributos manifiestan. Militar tampoco ha de ser, al no figurar rango alguno,
así que sólo me quedaba por pensar que habría de ser plebeyo venido a más por
riqueza obtenida, devenido en prócer con la misma, o, en el peor de los casos,
político, oficio que en la actualidad ha caído en ser una de las más funestas
ocupaciones. Pues eso fue tal personaje antaño, político, cuando serlo podría
ser hasta digno de dar nombre a calle.
Discurre con
dirección NNO – SSE y es, a fuer de rectilínea y llana, paseo habitual de
caminantes ociosos, apresurados viandantes dedicados a sus menesteres y
transeúntes llegados o encaminados de o hacia la estación. Una muy extraña
peculiaridad es la ausencia total de garajes. Ninguno hay, cosa curiosa, por
cierto. A uno le da por pensar si en aquel pasado siglo no habría personas
acomodadas que dispusiesen, al menos, de coche de caballos, calesa o similar y
no accediesen por la oportuna entrada de carruajes a sus moradas.
Es también
calle irregular, de anchura variable, mayor en su inicio y estrechada al final,
con otra curiosa peculiaridad. Los números de las viviendas situadas a derecha
e izquierda son absolutamente dispares; la margen derecha desde el inicio
contempla los pares desde el 2 hasta el 76; la izquierda, empezando por el uno,
termina en el 43, casi la mitad. Esta anomalía se debe a que la mitad de la
zona siniestra está ocupada por el denominado parque de san Francisco,
verdadero jardín arbolado que provee de gratos paseos en la canícula estival.
Según comentarios apócrifos el nombre del parque se debe a que fue allí donde
el santo de tal nombre, políglota animalesco, habló con un raitán que por
aquellos lares hallábase, pero esa es otra historia que, de seguirla, me
alejaría del fin de ésta que no es otro que hablar de la calle de Uría.
Pues bien, el
tal Uría no debió ser personaje de partido especialmente pronunciado en alguno
de los sentidos, ya que si lo fuese podría estar la atribución del nombre de
calle sometido a los avatares que, en la actualidad, hacen que, para confusión
del pueblo llano, la asignación oscile según capricho de los politiquillos de
turno del régimen político imperante. No obstante, pienso que es mala decisión
querer agasajar con nombres en lugares públicos a personajes o personajillos de
dudosa catadura moral, pero de demostrada capacidad para ser serviles, hasta
extremos excesivos, a mandamases con, como no podría ser de otro modo, el mismo
nivel de moralidad. ¿No sería mucho mejor designarlas con nombres de otros
animales, topónimos, rocas, árboles, ríos, etc.?
Otra digresión
fuera de lugar. Es lo que tiene escribir sin un plan prefijado y dejando que
los dedos golpeen las teclas sin más órdenes que las recibidas así, al tuntún,
por las anárquicas correlaciones neuronales, lo que puede conducir a un exceso
de exposición de los rayos catódicos de las pantallas. Por cierto, ¿qué rayos catódicos
ni qué milongas? Ahora las pantallas actuales no los emiten, otra antigualla
grabada en alguna neurona que no acaba de borrarse.
Vuelvo a la
calle de Uría. Por ella discurren actualmente vehículos de todo tipo y
personas, también de todo tipo y condición que van y vienen a sus quehaceres o,
simplemente pasean y miran los iluminados escaparates de los variopintos
comercios que ornan sus márgenes. No es calle para vivir. No hay panaderías, ni
carnicerías, ni pescaderías. Bares tampoco, pero si cafeterías, joyerías,
pastelerías, zapaterías y moda, mucha moda, de la barata y de la cara. Creo yo
que si dos personas se cruzan y se saludan, raro ha de ser que sean convecinos
de alguno de los edificios, más bien serán amigos, conocidos o saludados, pero
no residentes, aunque alguno, pocos, sí hay.
Puede que
alguno de los edificios que la constriñen sea notable, pero mi ignorancia en el
tema me impide resaltar alguno. Sólo me llaman la atención las denominadas
“casas del Cuitu”, un edificio gris, con fachada bastante barroca, y curiosos
relieves en hormigón con motivos mitológicos, que fueron construidas a
principios de siglo XX; se sitúan en la parte de los números impares, próximas
a la estación; en la actualidad no sé si están habitadas. Lo demás, como decía
Jerónimo Granda, tambor y gaita.
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