VENECIA

 

VENECIA. TURNER

En 1835 Turner pintó parte de Venecia en una de sus paradas del viaje que realizó en aquella época por Europa. No es que se dedicase a pintar Venecia armado de escalera, brocha, rodillo y cubo de pintura, no, me refiero a que pintó un cuadro de Venecia en el que, dicho sea en honor a la verdad, tampoco se mató mucho en representar la ciudad.

Lo primero que llama la atención es la escasa cantidad de turistas que es posible adivinar en el lienzo, quizás alguno en góndola y, posiblemente, algún otro u otros delante del pórtico de la iglesia que se medio ve a la derecha en primer plano. Eso sí, barcos de diversos tamaños y porte se observan en lo que, según san gugel, es la perspectiva del gran canal que ocupa el tercio inferior de la imagen, amén de las consabidas, y ya citadas, góndolas.

Un cielo azul casi tapado de nubes blancas arañadas por un viento que no se sabe muy bien si las arrastra hacia la mar o las trae de ella (a mí me parece lo segundo) cubre la mitad superior, así que para la ciudad, lo que se dice ciudad, queda muy poquito espacio. Eso sí, lo que queda lo llena con lo que parecen ser los típicos palacios con el agua hasta la puerta, la torre de san Marcos que se alza sobre todos ellos y otros, al fondo, ya difuminados por la niebla, ocupan, en una hermosa perspectiva, la parte izquierda.

A la derecha, en primer plano, lo que podría ser el pórtico de la basílica de san Jorge y las escalinatas por las que se accede a ella. Allí es donde se concentra una mayor cantidad de personas, como una docena o poco más, tampoco penséis en una multitud, que no parecen estar en modo alguno en actitud belicosa, sino más bien, dedicándose a sus trajines diarios. Si seguimos avanzando en la perspectiva, nos encontramos con una plaza y, adosado un poco más allá, un curioso edificio sin ventanas en la pared que da a la plaza y a la basílica, algunos palacetes más y, al fondo, sobresale sobre ellos una torre, de menor porte que la de san Marcos, posiblemente de otra iglesia.

A la vista de las fachadas que se observan a ambos lados del canal, no les va mal económicamente a sus moradores. Los ventanales están ornados con hermosos diseños, columnas, arcos variados, signos de buen gusto y riqueza para mostrarlo. Lo mismo ocurre con la basílica de la derecha que diríase construida en mármol blanco, tanto sus columnas como el friso y las estatuas, mármol posiblemente de Carrara, dado el país en el que se levanta. Calles, lo que se dice calles para poder caminar, ninguna aparece.

La poca vida que se observa está claro que se desarrolla a lo largo de ese gran canal, por el que circulan o están atracados todo tipo de navíos de pequeño o mediano tamaño, cargados con personas y mercancías. En el centro del cuadro, en primer plano, parece avanzar hacia el espectador uno posiblemente dedicado a procesionar religiosamente, al estar cargado su mástil y trinquete de diversos pendones con lo que parecen ser representaciones de santos varios; otros coloristas adornos variopintos engalanan el tal navío.

Ambiente acuoso ha de tener esta ciudad casi sumergida y rodeada de aguas mil, por lo que supongo que sus habitantes habrán de padecer de problemas óseos, reumáticos o artríticos, e incluso pulmonares, aunque, a decir verdad, o nuestro pintor no reparó en tal detalle, o no son tan frecuentes como barrunto, al no ver a ninguno de los personajes representados pertrechados de bastón u otros aditamentos para ayudar el discurrir de sus pasos. La única razón por la que a quién fuese pudo ocurrírsele fundar una ciudad en tan malhadado lugar, tuvo que ser su buena comunicación vía marítima, pero hombre, también podían haberla metido un poco más tierra adentro y se hubiesen evitado tamañas humedades.

 

 

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