PRIN
PRIN
Mi perro cumplió en noviembre pasado 18 años. Alto. Me parece que ésta no es una buena manera de empezar esta historia. La frase inicial da información, sí, pero no indica ningún contexto, es un dato, sin más, frío, lo que parece quitar una cierta esperanza de continuación a la narración. Así que voy a volver a empezar (título oscarizado del cine español).
Desde mi veintena siempre he estado acompañado por algún
perro. Releo esto y pienso que posiblemente antes también, pero no de los de
cuatro patas. Vuelvo a releer y vuelvo a corregir. Quizás también de los de
cuatro patas, lo que pasa es que eran capaces de mantener una posición erguida,
lo que disimulaba entre el conjunto de la grey humana.
Si
sigo así no terminaré nunca lo que en realidad quiero contar. Al grano. En
fechas próximas a las navidades del año 2002 me hice con un cachorro de perro
de raza pequeña para regalárselo a mi mujer. Era una bolita rubia con un botón
negro por nariz que, desde el primer día, nos encantó. Llegamos a casa con él,
estuvo tranquilo, olisqueando por aquí y allá, cumplió con las funciones
propias de un cachorro de su edad y durmió toda la noche de un tirón, sin
extrañar nada.
Cumplimos con todas las obligaciones veterinarias de
vacunarlo, desparasitarlo, ponerle el microchip identificativo y todo el
papeleo que implica tener un perro (ya teníamos amplia experiencia en el tema)
lo que implica también ponerle un nombre. Como en la familia había una perrita
con nombre Princesa, nosotros decidimos que aquel sería nuestro príncipe, así
que elegimos una versión resumida de ese nombre y decidimos llamarle Prin, así,
con n final. En el papeleo en la clínica veterinaria no debimos de dejar claro
el nombre elegido, ya que cuando nos llegaron los papeles y el pasaporte (para
los no iniciados que sepáis que ahora los perros tienen un pasaporte
identificativo que hasta les permite el tránsito por otros países) allí
figuraba inscrito como Prim, con m final, tal como el general dictador acólito
de Alfonso XIII. Al perro no le importó y a nosotros tampoco, por ello,
oficialmente, su nombre es ese, Prim.
Creo que a lo largo de todos estos años él ha disfrutado
de nuestra compañía tanto como nosotros de la suya. Hemos tenido un montón de
buenos momentos, de juegos, risas, carreras y, afortunadamente, apenas
disgustos. Con los años, al igual que nos sucede a la mayoría de humanos, ha
ido variando su carácter. Primero juguetón; después gallo de quintana, de ahí a
serio y en ocasiones gruñón y ahora, más bien desde hace ya un par de años, más
mimoso que nunca. Creo que se va sintiendo más indefenso y por ello se pasa la
mayor parte del tiempo queriendo estar siempre a nuestro lado. Son ya 18 años. Una
eterniidad para un perro. Medio ciego, medio sordo, perdida la mitad o más de
su dentadura, flojeando de las patas traseras, lo que hace que tengamos que
estar siempre pendientes de él, de levantarlo cuando queda tumbado en cualquier
sitio sin poder levantarse. Pero ahí está. Sobreviviendo como un campeón.
Dándole un ritmo salsero a su cola cada vez que se le acerca una perrita.
Gruñendo (poco y quedo) cuando se mosquea por algo. Ladrar ya no ladra, debe
suponerle un esfuerzo que posiblemente catalogue como innecesario.
Y aquí estamos. Cuidándole todo lo que podemos, que
sabemos que ya no será por mucho tiempo, así que vamos haciéndonos a la idea de
que cualquier día nos dejará, que en un próximo ataque (de esos que le dan de
vez en cuando) se quedará, y vamos almacenando las muchas lágrimas que ese día,
irremediablemente, derramaremos.
Ahora, mientras lo miro hecho una rosquilla durmiendo
plácidamente en el sofá, puede escribir todo esto con cierta tranquilidad,
sabiendo que habrá un mañana en el que ya no seré capaz de hacerlo.
¡Salve
Prin!, hijo de Manolín de Colloto y de madre desconocida (al menos por mí).
Aclararé esto, Por lo que me contó Patricia, generosa conseguidora de Prin, en
Colloto había un perro callejero prohijado por todo el pueblo al que llamaban
Manolín. Cierto día dos señoras estaban en la calle hablando de sus cosas; una
de ellas había sacado a pasear a su perrita que, a tenor de lo sucedido, estaba
receptiva (lo que se dice en celo); en el fragor de la charla ninguna de ellas
se apercibió del sigiloso acercamiento de Manolín y, cuando quisieron darse
cuenta, él ya había tomado posesión de su ínsula, fruto de la cual nació, entre
otros, mi amigo y compañero Prin.
Gracias por tantos años de amistad. Gracias Prin. Aguanta
todo lo que puedas que no tenemos ninguna gana de que nos faltes.
Veo que has vuelto al "blogueo". Bienvenido, y larga vida a Prin (y a ti también, por supuesto).
ResponderEliminarPrim el mejor!! 😍😍 Macho donde los haya 😂
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