LA LLEGADA DE DIOS
LA LLEGADA DE DIOS Os puedo asegurar que aquel fue el mes más increíble de mi corta e insensata vida. A pesar de ser el más insignificante de los que allí trabajábamos, cuando me lo encargaron no me lo podía creer. Ah, perdón, vosotros no tenéis porqué conocerme. Me llamo Josemaría, escrito así, todo junto, como nuestro padre fundador. Soy, evidentemente, navarro, de una familia clásica y de rancio abolengo, criado y educado en la más firme fe católica y miembro de la obra. Por aquel entonces yo era el más nuevo de los becarios que trabajaban en la presidencia del gobierno; apenas tres meses llevaba allí, gracias a los buenos oficios de mi padre y uno de mis tíos, uno cardenal y otro general de brigada, amigos de uno de los subsecretarios del consejo de ministros. Mi jefe, bueno en realidad otro de mis jefes, todos eran mis jefes ya que yo era el último mono en aquella casa, hasta el perro tenía más derechos que yo, pero humilde como soy, a