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VIAJAR

  VIAJAR             No soy especial amigo de los viajes, al menos tal y como ahora se puede viajar. Otra cosa sería si existiese el viaje instantáneo, tal como parece en algunos relatos y películas de ciencia ficción, pero como eso es físicamente imposible, me quedaré sin poder ir por la mañana a Nueva Guinea, por ejemplo, y por la noche dormir en mi cama. En fin. No me gusta demasiado el avión. No por miedo, aunque esas latas voladoras siempre me causan una cierta inquietud. Aunque sí que he salido a la mar por unas horas, tampoco me atrae un crucero, así que sólo me quedan los viajes por tierra. Tengo recorrido demasiados kilómetros (y horas, claro está) en autocar, así que tampoco es un medio que, a estas alturas de la temporada, me satisfaga. No pasa lo mismo pasa con el tren; horas y horas, kilómetros y kilómetros hacen que sea mi segundo medio de locomoción preferido. Por detrás del automóvil, que sí es mi preferido.             La sensación de subirse a un tren sabiendo

EL PRINCIPITO

  EL PRINCIPITO             Pues ha de saber, señor, que, aunque no muy alto y de aspecto juvenil, ya tengo casi ciento veinticinco años. Años como los suyos, ya que mi planeta tarda casi lo mismo que el suyo en dar una vuelta a mi sol. Los días son más cortos claro, al ser mucho más pequeño, pero eso tiene sus ventajas. Nunca entenderé bien a los adultos de este planeta. Mejor dicho, no sé por qué la mayoría de los mayores no me entienden bien ni tampoco a sus niños. Cuando llegué a la Tierra enseñé uno de mis dibujos a los adultos con los que me encontraba, Casi todos decían que era un sombrero. Sin embargo, todos los niños, aunque tuviesen casi cien años, podían ver que se trataba de una boa que acababa de comerse a un elefante.      Al principio pensé que lo hacían para despreciarme. No les sería fácil aceptar a un príncipe, aunque parezca un niño, en esos países republicanos, pensaba yo. Pero no era así. En aquellos países que visité y que habían aceptado de forma lógica l

LOU, DAN Y JACK.

    LOU, DAN Y JACK. Dan solo se acuerda de mí en dos ocasiones: cuando quiere beber gratis o cuando le surgen verdaderos problemas. Esta vez era el segundo caso. Dan Red es detective de la brigada de homicidios y somos medio amigos desde que paré una bala que llevaba su nombre. Hace años. Cuando trabajamos juntos antes de dejar yo la policía. Precisamente a raíz de aquello. Me llamo Lou Wolf y ahora me dedico a la investigación privada, menos seguro que vivir de un sueldo, pero más tranquilo. Casi siempre.             El cadáver estaba en la orilla del río, medio tapado por una de esas mantas térmicas que sanitarios y policías suelen usar. El rostro era un amasijo de huesos, dientes rotos y una masa cárnica sanguinolenta trufada con trozos blanquecinos de cerebro y esquirlas de hueso. Desnudo de cintura para arriba y para abajo hasta los tobillos, en uno de los cuales se arrebujaban sus pantalones y ropa interior. Claros indicios de sadismo sexual en la entrepierna y en los pe

JULIO IGLESIAS

         Este es el resultado de un ejercicio propuesto para el taller de escritura al que asisto. La idea es, a partir de una palabra, nombre o cosa, ligarla a otras que el término propuesto nos sugiera y a ellas entre sí para, a continuación, hacer un escrito con todo ello. En este caso el nombre propuesto fue JULIO IGLESIAS, que yo relacioné con palabras como ISABEL, MUJERES, ISLAS, FILIPINAS, PADRES, HIJOS, ESTADOS UNIDOS, ESPAÑA, FÚTBOL, CANTAR Y HACIENDA. Y salió lo que a continuación va. Que aproveche. Pues yo señor nací en una pequeña isla al sur de Filipinas, cerca de Mindanao. Hace de esto ya más de 40 años o así, no estoy muy seguro de ello. El tiempo pasa con ritmos extraños, unas veces tan rápido y otras tan lento. Creo yo que eso ha de tener que ver con cómo lo estés pasando, mejor o peor, que tengas para comer o no, de esas cosas. No sé, supongo. Nací en una hacienda regentada por un americano rico, familia de americanos ricos que se habían instalado en la isla al

TIRANÍA

  TIRANÍA Forma de gobierno en la que uno manda lo que quiere y los demás obedecen, so pena de castigos variopintos (o cosa así). Aunque, a veces, la imaginación puede encontrar maneras de soslayar las ordenes, rodeándolas o transformando el imperativo hábilmente. Deberes del taller. Dadas las palabras: café, velero, lumbre y genealogía, asociar a cada una lo primero que se nos ocurra. A continuación, escribir cuatro relatos, uno con cada una de las asociaciones obtenidas. ¿Sería posible un relato con las cuatro asociaciones? No, uno para cada asociación. Escucho u obedezco (léase el título y el primer párrafo). 1.-Café à descafeinado 2.- Velero à barco 3.- Lumbre à calor 4.—Genealogía à abuelos Pues aquí van los cuatro relatos (o ¿será sólo uno dividido en cuatro? No sé) RELATO I             Muchas veces costumbres que podrían pasar por inocentes o inocuas, devienen en problemas que pueden llegar a afectar a la salud. Eso fue lo que le pasó uno de nuestros protago

NUEVOS VECINOS

  NUEVOS VECINOS. Era un pueblo sin mar la noche después del entierro. En la barra del bar se agrupaban los hombres, mientras que las mujeres estaban apiñadas alrededor de un par de mesas que habían arrimado. Silenciosos todos ellos, mohínos, con gesto adusto. Cabizbajos parecían estudiar, los unos, los arcanos mensajes que pudieran estar escondidos en la barra del bar; ellas en el desgastado dibujo del hule que cubría las mesas. Entre unos y otras conformaban un grupo que no llegaba a las dos docenas de personas, pero, para los sonidos que allí podían oírse, podría no haber nadie; el tictac del reloj de péndulo, el chisporroteo de los troncos en la chimenea y algún que otro crujido de madera que podría proceder de cualquiera de las baqueteadas sillas en las que ellas estaban sentadas. Nada más. Ni un triste zumbido de mosca. Las mujeres todavía llevaban el traje de domingo que se lleva a los funerales y cubrían sus cabezas con mantillas o pañoletas; algunas removían silenciosa y

EL VIAJE EN EL TIEMPO

  El viaje en el tiempo El descubrimiento del viaje en el tiempo fue puro azar, un resultado inesperado de una investigación encaminada a enviar grandes cantidades de energía sin necesidad de más soporte físico que el aire. La idea surgió, como otras muchas, en una tormenta de ideas lanzadas a través de vaporosas nubes alcohólicas, mezcla de cerveza y bourbon, a la salida de una poco productiva jornada en un laboratorio de física experimental. Alguien, entre trago y trago, dijo que, si el sol está a 150 millones de kilómetros y su energía calorífica nos llega hasta aquí, sustentada solo por un poquito de polvo y plasma, en un ambiente de casi nula densidad (unas pocas partículas por centímetro cúbico), ¿por qué no se podría enviar de manera eficiente energía a muchísima menor distancia, digamos 100 o 1000 kilómetros, por esta sopa mucho más densa que constituye nuestra atmósfera? Otro dato surgido de ese éter etílico fue que la electricidad de los rayos en las tormentas puede recor