UNA MUJER NORMAL
UNA MUJER NORMAL María era profundamente religiosa. Ese no era el mayor de sus defectos ni el mayor de sus problemas. Estaba profundamente enamorada de su marido y ese sí era su principal defecto y, por ello, el mayor de sus problemas. Todos los días, a las siete y media, en cuanto oía a su marido cerrar la puerta de la casa y darle dos vueltas de llave a la cerradura se levantaba de la cama. Se ponía de rodillas, apoyaba los codos sobre el colchón y dedicaba unos minutos a rezar. Lo primero por sus hijas. Después, siempre, por las almas de las personas a las que su marido tendría que retirar. Esa era la expresión que él usaba: “retirar”. El primer día que empezaron a hablar de casarse, él, mientras paseaban por el parque, le dijo su verdadera ocupación. Hasta entonces siempre le había insinuado que trabajaba en una pequeña empresa, en la que era agente comercial y, de ahí, sus frecuentes ausencias por viajes a otras ciudades. Esto tenía un poco mosqueada a su famil