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LOS CANARIOS

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            Casi todos los días salía a dar un paseo por el barrio, paseo con alguna que otra obligación, como pasar por el quiosco a recoger el diario, comprar el pan o alguna otra vitualla, amén de las accidentales necesidades de alguna cosilla para las reparaciones y chapuzas caseras, que solían resolverse en la ferretería, el bazar o algún establecimiento próximo.             Los paseos-compra se alargaban o acortaban en función del estado meteorológico, pero nunca se demoraban ni menos de una hora ni más allá de dos. Tiempo que era suficiente para entablar breves conversaciones con conocidos o saludados, para darle un peripatético vistazo a los titulares de la portada y contraportada del diario, un repaso a los escaparates de la librería para vigilar la llegada de alguna novedad comprable o visitar, cuando era menester, la oficina bancaria (pocas veces) o su cajero (con mayor frecuencia) para disponer de pequeñas cantidades en metálico.             Las singladuras más

EL MÓVIL

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Estaba enterrando a un amigo cuando un teléfono móvil interrumpió la grave ceremonia; era un sonido sordo, profundo, que parecía taladrar los oídos y roerte el cerebro. Nadie hacía ningún ademán para pararlo. Parecía que venía de mi izquierda y allí sólo estaba una señora llorosa, retorciendo con las manos un pañuelo empapado con sus lágrimas; de un certero golpe con la pala del enterrador le abrí el cráneo como un melón. Ni un gemido acompañó el desparrame de sus sesos. Cayó como si fuese un muñeco de goma, sobre el mismo sitio que ocupaba. Los otros tres asistentes me miraron estupefactos, se miraron entre sí, pero ni se movieron. El teléfono seguía y seguía. Registré el cadáver, su bolso, pero no hallé ningún teléfono. El siniestro ring-ring continuaba, impertérrito, sonando, inundando todo el cementerio. Todos nos mirábamos, inquietos. Sujetando aún la pala, no lo dudé ni un segundo, Alfredo no se merecía un entierro tan molesto. Cuando hube terminado de registrar

FRANK S.

Los pocos testigos que habían aportado una descripción medianamente fiable parecían coincidir en los rasgos principales. Correspondía a un hombre corpulento, pero ni atlético ni gordo, de edad mediana, entre unos 40 y 50 años, no demasiado alto, con un caminar algo, como decir, quizás un poco desequilibrado, más bien, algo bamboleante, con las piernas entreabiertas, como si hubiera pasado muchos años embarcado; la vestimenta desenfadada: vaqueros raídos, pesadas botas de monte, un jersey gordo y una gastada cazadora de piel; se tocaba la cabeza con una descolorida gorra de béisbol; el tipo tenía, según algunos, un aspecto hosco, mirada huidiza y unos ojos fríos, húmedos, como de pez. A pesar de todo esto la policía estaba completamente desconcertada. El modus operandi era igual en todos los casos: las fallecidas, todas mujeres solas y mayores de 80 años, habían muerto por aplastamiento de la caja torácica, como si las hubiese abrazado un oso. Ninguna había sido forzada ni present

EL GRANO DE ARENA (EL CRISTAL DE CUARZO )

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Mis primeros recuerdos son de una montaña, rodeado de amigos, de feldespatos, de micas, pegados a mí, unidos íntimamente. Mi familia. Dura. Granítica. Allí el aire era frío y la humedad te calaba hasta los átomos; llegó la primera nevada y el frío aumentó y el hielo nos separó de mama-montaña y nos hizo rodar por su falda hasta llegar a sus pies. Con el deshielo, el líquido elemento bajaba del monte y nos empujó más abajo, donde los golpes de unos contra otros y el ataque del agua fue minando, muy poco a poco, la resistencia de mis amigos feldespatos y micas. Cuando las aguas empezaron a calmarse ya estaba solo, aunque rodeado de otros supervivientes como yo, grises, traslúcidos, cada vez más redondeados y más pequeños. Pasaron días, meses, quizás años y aquel viaje infernal sujeto a los caprichos del agua parecía no tener fin. Un día, al despertar, noté que no me movía; estaba libre, seco, rodeado de hermanos casi gemelos; enormes bestias que aparecían de tarde en tarde, de do

LAS URRACAS

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Vivo en una casa con chimenea en su planta baja. Dado que tiene también una primera planta y un bajocubierta practicable, la altura del tubo de evacuación de la chimenea, que desemboca a la atmósfera ligeramente por encima de la   cumbrera de la vivienda, tiene sus buenos ocho metros en línea recta; está rematada con una especie de sombrerete chino; en su nacimiento tiene la particularidad de que forma dos ángulos de unos cuarenta y cinco grados con el hogar y el tubo ascendente respectivamente. El hogar está cerrado con dos puertas de algún tipo de vidrio termorresistente. Pues bien, ya he rescatado en el hogar varias urracas (también llamadas pegas, nombre latino «pica pica») que,   supongo que inadvertidamente, se cuelan en él bajando todo el tubo y sus codos. Cuando advierto que están ahí (no sé por qué suele ser al atardecer o por la noche –cuando las detecto, no cuando entran-) las atrapo con sumo cuidado para no dañarlas. Suelen estar asustadas, temblorosas, con sus corazo

CASQUERÍA

Mi tío primero las escogía. No era algo al azar. No era la que primero veía, eso no le parecía, digamos, profesional. La primera vez que lo vi actuar ya la tenía atada, bien sujeta con una recia cuerda. De un certero golpe la mató (siempre acertaba a la primera, fruto de la experiencia, supongo), cayó al suelo sin un gemido, con un silencio que me dejó una sensación extraña, no sé, como una cierta decepción, esperaba un poco más de resistencia, de lucha, en fin otra cosa.             Luego vino la parte más excitante; todos hemos visto en películas escenas sangrientas, en muchas ocasiones desagradables hasta el extremo de apartar la vista, pero en vivo y en directo es diferente y aquel día yo estaba dispuesto a no perderme ni un detalle. La colgó del techo, con la cabeza hacia abajo y de un par de tajos la degolló y la abrió en canal. Yo estaba un poco apartado y la vaharada, primero de olor, después de calor, casi me tumba. Era un olor dulzón, espeso, no totalmente desagrada

Manuel Vilas

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Hace un par de días terminé de leer Aire nuestro de Manuel Vilas editado por Alfaguara . Un poco duro y desconcertante al principio; superado eso y metido en harina, se deja leer con comodidad incómoda. Muchas reflexiones inquietantes. Un juego del pasado-presente-futuro en ocasiones desconcertante. Aquí os dejo algunos párrafos y mis comentarios-reflexiones sobre cada tema. Hace un calor brutal en Zaragoza. Es el calor de España, ese calor español es una entidad histórica multiperversa. Vilas piensa que no hay orden en el mundo, sino una aceleración de   la mala voluntad del clima, las arterias de las nubes y la conciencia de que lo real es basura. Ensucio, luego existo (p. 121). Me ahorro comentarios sobre el calor excesivo, pero me encanta la idea de la mala voluntad climática; nos libera de la responsabilidad, aunque nos echa en cara uno de nuestros peores pecados: lo ensuciamos todo. Se fueron a morir a Francia (Goya y Machado) porque en España los odiaban de fo