FRANK S.
Los pocos testigos que habían aportado una descripción medianamente fiable parecían coincidir en los rasgos principales. Correspondía a un hombre corpulento, pero ni atlético ni gordo, de edad mediana, entre unos 40 y 50 años, no demasiado alto, con un caminar algo, como decir, quizás un poco desequilibrado, más bien, algo bamboleante, con las piernas entreabiertas, como si hubiera pasado muchos años embarcado; la vestimenta desenfadada: vaqueros raídos, pesadas botas de monte, un jersey gordo y una gastada cazadora de piel; se tocaba la cabeza con una descolorida gorra de béisbol; el tipo tenía, según algunos, un aspecto hosco, mirada huidiza y unos ojos fríos, húmedos, como de pez. A pesar de todo esto la policía estaba completamente desconcertada. El modus operandi era igual en todos los casos: las fallecidas, todas mujeres solas y mayores de 80 años, habían muerto por aplastamiento de la caja torácica, como si las hubiese abrazado un oso. Ninguna había sido forzada ni present...